Las dramáticas imágenes de estos días dejaron al descubierto unas cuantas certezas y otras tantas preguntas.
Tres ejes principales que responden a lo sencillo del antes, el durante y el después.
Cada uno de ellos tiene valor individual y no sólo en función del conjunto, porque en los tres es posible encontrar aciertos, errores, seguridades e incógnitas.
Desde ya, hay contextos que atraviesan todos los escenarios.
La prédica violenta de unos medios de comunicación, como cabeza expuesta del comando político opositor, es el caldo de cultivo que ampara e infla la gran mayoría de los conflictos.
Parece que hubieran ganado las elecciones quienes fueron derrotados; fijan la agenda publicada; el Gobierno contesta bien, regular o mal al paso adelante que siempre marcan, sin ninguna figura de peso capaz de evitar el desgaste de que todo lo comunique el Presidente.
Insistido a título personal y sin duda polémico, el universo politizado que apoya al oficialismo sobreestima la penetración de esos medios si es por su alcance por fuera del núcleo duro de derecha –el corporativo y el clasemediero gorila– al que representan.
En los sectores que apuntalan al Gobierno se asume, o tiende a creerse, que los desencajados voceros de la oposición portan un ascendiente masivo y decisorio.
Por favor: si así fuera, que alguien explique por qué perdieron hace unos meses, con todos los grandes medios haciéndoles campaña desembozada.
Si no hay un hervidero social antagónico, una decepción extendida, un deterioro evidente sobre los que montarse, tampoco hay forma de que un frente mediático tenga éxito con sus inventos.
El kirchnerismo pierde en 2015 por yerros conductivos y por el desgaste natural de doce años de gobierno con una economía que también daba muestras de flaqueza, y es sobre eso que pudo tener éxito el machaque de la corrupción generalizada.
De modo análogo, una abroquelada defensa mediática de la “institucionalidad”, contra el retorno de la yegua y sus secuaces, no pudo hacer nada suficiente contra el bolsillo popular devastado por las políticas macristas.
Muchos se pierden en el embrujo ridículo de que la calle y el imperio domesticador es sólo de la derecha, perdiendo de vista que los propios están impedidos de ganar el espacio público.
Es notable cómo se ignora, o relativiza, semejante dato.
Administrar en pandemia es un desafío inconmensurable para quienes gobiernan, pero también para aquellos dispuestos a comprenderlo desde su acción militante y opinativa.
Sin ir más lejos, algunos grupos extraviados de la realidad y, sobre todo, de la necesidad de no parecerse ni en un milímetro a odiadores e infecciosos seriales, propusieron marchar hacia Olivos para defender la democracia.
La democracia en sus términos formales no corre riesgos en absoluto y toda ensoñación conspiranoide, del tipo de las que readjudican capacidad de amedrentamiento a Eduardo Duhalde o a alguna reivindicación fascista de un tuiteo militar que debió ser borrado a las pocas horas, es nada más que eso: instinto comprensible, repudio obligatorio, pero la correlación de fuerzas no le da resquicio operativo alguno al golpismo decadente.
El punto no es lo obvio de cómo jugarían y jugarán los grupos más recalcitrantes de la derecha, y los que bajo igual espíritu se disfrazan de periodismo independiente y cuidado institucionalista.
Es qué hace, frente a la ofensiva descarada, un gobierno que lleva nueve meses de asumido, con casi seis de ellos en la pandemia que le agravó un legado horripilante.
Y es entonces cuando, en el antes de los sucesos, urge preguntarse cómo se escapó no la tortuga sino la manada de elefantes del putsch de La Bonaerense, en cabeza imprevisora del analista policial Sergio Berni.
Con el pudor de ser comentaristas y no ejercitantes del poder, frente al lanzamiento de un “nuevo” plan de Seguridad para “el” conurbano, cupo la duda de si acaso correspondía la solución de agregar más y más policías.
Era y es un interrogante elemental del que, nada menos, al Gobierno se le traspapelaron las condiciones salariales e instrumentales de La Bonaerense que ya está, no de la que pudiera sobrevenir.
La policía de la mano en la lata, como Rodolfo Walsh ya sintetizaba en los sesenta, se quedó en cuarentena sin los ingresos tanto legales como delincuenciales que le engrosaban la miseria que cobran sus agentes.
Se quedó sin los adicionales del fútbol, que son los extras de recibo y los de la transa con los barrabravas.
Se quedó sin las custodias a los transportes de caudales, sin recitales, sin protección a los boliches, sin menudeo con la droga rápida hacia el debajo y con las grandes partidas al subirse en la pirámide.
Y es cierto: los discursos que se escucharon, de parte de los cabecillas anárquicos del putsch, indisimularon su verba facha.
¿Con eso qué se hace?
¿Indignarse a la progre de quien mira a la distancia o comprender, para solucionar, que son tanto huevos de serpiente como víctimas de un sistema que recluta entre los sectores más desamparados?
Una vez que a Súper Berni lo dejaron traste al norte, en el durante se trataba de resolver el asunto que escaló hasta plantarse en Olivos.
El Gobierno resolvió eso, muy bien, porque no le dio soga ni a irresponsables del palo propio, ni al combustible que echaba el coro mediático, ni al silencio repugnante de las caripelas opositoras, que tardaron añares en cuestionar la movida y de los que todavía se espera, en sus formas de Asociación Empresaria Argentina (AEA) o de sus foros periodísticos tan sensibles contra las agresiones a la prensa, una condena indubitable.
En el después, el Presidente hizo el anuncio de echar mano a fondos porteños –nacionales, en rigor– para financiar la reparación de los bonaerenses.
La discusión sobre si se guardaron las formas para comunicarlo es estéril.
Lo central es que en el Gobierno hubo niveles de improvisación graves acerca de lo previsible, que producido lo que debió prever timoneó correctamente y que tal muñeca coyuntural no despeja dudas estructurales.
Que Berni no debería permanecer ni un segundo más al frente de lo que su megalomanía no pudo, no supo o no quiso controlar; que los medios opositores usarán su impericia ¿o maquiavelismo? para horadar a Kicillof; que esté desvencijada la cadena de mandos de la Bonaerense, una suerte de ejército dejado a la bartola, sirve a fines de un necesario escudriño gubernativo y periodístico pero no a los de cómo se avanza en resolver el tema nodal.
De fondo, continúa estando con qué herramientas se desafía esta sensación de impedimento para arreglar cosas básicas (lo que gana un maestro, un profesor, un trabajador de la salud, un científico… y por supuesto que un policía).
Eso es lo esencial de con qué modelo económico de despegue y desarrollo se afronta la pregunta, que no pase únicamente por la respuesta de mostrar medidas y gestos necesarios ante los emporios del verdadero poder.
Por ejemplo, es una ingenuidad ideológica suponer que a través de cobrarles impuestos progresivos a los ricos ostentosos, en forma nominal o rascando de sus megacorporaciones, habrá un sanseacabó que impulsará la economía.
No significa dejar de hacerlo, porque es condición imprescindible que paguen quienes más tienen.
Pero debe haber no un plan planilla Excel, exigido por los gurús del establishment para constatar que el programa debe hacer el ajuste contra los mismos de siempre.
Hablamos de un esquema que active fuerzas productivas donde intervengan actores de la economía popular, de los sectores de punta, de las proyecciones regionales, de localización territorial, de la explotación responsable de los inmensos recursos naturales argentinos.
La parte buena de meterse con los ingresos del distrito más rico del país, que en lugares de su geografía porta niveles de ostentación similares a cualquier ciudad del primer mundo, es que progresa en dejar blanco sobre negro que de un lado están éstos y, del otro, estos otros que encarnan lo contrario.
Horacio Rodríguez Larreta es Macri, es lo que Macri representa, y no la cosa dialoguista a que se vio obligado por circunstancias infectológicas.
Queda claro, en consecuencia, el blanqueo de lo que venía siendo una puesta en escena.
Pero eso no reemplaza que al gobierno nacional le falta trazar un horizonte más convincente, y/o más firmemente comunicado, respecto de que a la mayoría le aguarda esperanzarse.
Contra eso, no habría tanques mediáticos que valgan. Nunca los hubo.
Y para ser ya ¿en extremo? reiterativos: si se pudiera salir a la calle para respaldar al Gobierno ante esta apretada (y otras tantas, incansables), el reto no sería más fácil, pero sí más intimidatorio contra quienes trabajan para socavarlo.
Pero, como no se puede, lo único que falta es que pierda su autoestima el bloque mayoritario de la sociedad que defiende al Gobierno, y que lo defenderá, contra los trasnochados eternos.
La trampa aparatosa es que se caiga en provocaciones y una de las respuestas clave, a costa de tragarse el impedimento de hacer catarsis movilizada en la calle, es no caer en ellas. (Por Eduardo Aliverti – Página 12)