A estas alturas del siglo XXI, parece seguir siendo cierto aquello de que el subdesarrollo económico de América Latina es un producto directo de su dependencia política.
Una rápida y extensa mirada histórica nos permite destacar la persistente evidencia del declive del capitalismo norteamericano, iniciado al menos desde mediados de los años sesenta, declive que muchos analistas inscribieron como parte de la crisis general de capitalismo, y como expresión de un agotamiento mayor, identificado con el ocaso de Occidente.
Terminada la guerra fría nadie discutía que Occidente –con el capitalismo norteamericano a la cabeza- había logrado la hegemonía de un mundo que ahora a muchos se les antojaba “unipolar”. Empero esta alegre celebración duró muy poco con el surgimiento de la inesperada desaceleración económica del capitalismo europeo y norteamericano, provocada por la crisis financiera internacional en el 2007/8, y posteriormente, con el “gran parón económico global” del 2020, provocado en apariencia por la pandemia del Covid-19.
En medio de todas estas largas décadas de altibajos y vendavales económicos, políticos, comerciales, financieros y aun militares, la región de ALC (dividida políticamente, a grandes rasgos, en tres grandes bloques o grupos de países; los abiertamente pro-norteamericanos; los “autonomistas-nacionalistas”, algunos de ellos con “ropajes revolucionaristas”; y un grupo minoritario, los ambivalentes), sobrevivió siguiendo lo mejor que podían sus inveteradas inercias tendenciales.
En función de estos groseros y muy generales agrupamientos político-regionales, y de este enfoque blanco/negro excesivamente dicotómico (escrito y publicado quizá solo con la intención de que pudiese servir o convertirse en una especie de “artículo-mártir” para generar algún debate provechoso), podría decirse que en realidad lo que ha privado desde hace mucho tiempo en nuestra ALC es una mera extensión del capitalismo norteamericano y mundial, y por muy verdad de Perogrullo que parezca, hay que volver a repetir que este, el capitalismo latinoamericano, ha seguido siendo tan dependiente y tan periférico como el que en su tiempo analizaran y describieran Prebisch, Cardoso, Faletto y otros estudiosos).
En otras palabras, a estas alturas del siglo XXI, parece seguir siendo cierto aquello de que el subdesarrollo económico de ALC es un producto directo de su dependencia política. Una dependencia que sigue siendo de doble filo; externa e interna (a la primera se le sigue considerando y llamando “colonialista”, y a la segunda, en su tiempo se le denominó “colonialismo interior”, en función de la prevalencia de las élites criollas que por siglos han monopolizado el poder político y la riqueza de las naciones latinoamericanas en detrimento de inmensos sectores sociales y poblacionales de los que se sirve).
Pero, ¿a qué viene todo esto?
Resulta que nosotros los latinoamericanos pareciéramos condenados a ser simples “testigos” de la historia, víctimas pasivas o simples espectadores de ella. Por ello el título del presente texto; “Declive imperial y laberinto latinoamericano”.
En tan solo tres décadas –apenas un “parpadeo” en términos históricos-, los latinoamericanos hemos visto el acelerado declive de al menos 2 grandes imperios: el soviético, en 1990, y ahora, el norteamericano, en pleno 2020/21.
No es que en dos siglos los latinoamericanos nos hayamos quedado completamente inertes. En efecto, en términos generales, aunque hemos sufrido también hemos luchado; algunos pueblos más que otros, pero ha habido cierto esfuerzo consciente y liberador, aunque sin resultados exitosos (y aquí habría que abordar con una lupa particular el caso cubano).
Aunque el derrotismo insiste constantemente en asomarse a nuestras consciencias bajo la forma de perversa tentación, no debemos olvidar nunca que a pesar de los largos siglos de sistemático saqueo y depredación, ALC aún posee suficientes kilómetros cuadrados y la suficiente riqueza humana y material, para erigirse como mínimo en una “potencia regional”, en una “potencia intermedia”.
“Todo tiene su tiempo bajo el sol”, sostiene el libro sagrado de los creyentes en el cristianismo. Por mi parte, desde las Ciencias Sociales latinoamericanas, me pregunto: ¿Cuándo llegará el tiempo de América Latina y el Caribe? ¿Alguna vez los latinoamericanos sabremos aprovechar la extraordinaria apertura histórica que se esconde detrás de cada declive imperial? ¿Alguna vez caminaremos con nuestras propias piernas?