OPINIÓN – La pandemia hizo nacer a un nuevo espécimen ciudadano: aquel que aprovecha sus privilegios económicos para ejercer el turismo de vacunas, presumirlo y criticar al país propio por no ser igual que las naciones desarrolladas que producen (y acaparan) las preciadas dosis.
Intentan convertir un beneficio individual y egoísta en un acto altruista, solidario y generoso. Algo así como los Gandhi de las vacunas, a quienes hay que agradecer que hayan dejado libre una dosis en su país de origen.
En Argentina, el caso más emblemático es el del expresidente Mauricio Macri, quien, haciendo gala de una nueva contradicción, avisó así como al pasar que se había vacunado en Miami.»Estando en EE.UU. pude comprobar que las vacunas se aplican en cualquier lado, desde las playas hasta los centros comerciales, e incluso en las farmacias. Yo mismo me he podido aplicar en una farmacia la vacuna monodosis de Johnson. Recordemos que la Argentina podría haber tenido a su disposición millones de vacunas que no supo negociar», anunció en redes sociales.
El mensaje contradice lo que el propio Macri había prometido hace menos de tres meses.
«Ante las reiteradas consultas sobre si me he vacunado, quiero aclarar que no me di ninguna vacuna contra el coronavirus y tampoco lo voy a hacer hasta que el último de los argentinos de riesgo y de los trabajadores esenciales la haya recibido«, afirmó en febrero en tono épico, en medio del escándalo que en ese momento enfrentaba el peronismo por la irregular e injustificable aplicación de vacunas a amigos selectos del poder, que le valió el puesto al exministro de Salud, Ginés González García.
Pero no. Macri, el incumplidor serial de promesas, no pudo esperar a que se vacunaran los trabajadores esenciales ni la población en riesgo. Para peor, lo hizo en una ciudad estadounidense que simboliza los afanes aspiracionales de un sector de la sociedad argentina adepta a la frivolidad, el exhibicionismo y la desigualdad.
Justificaciones
Los macristas salieron de inmediato a defender a su líder: «no se coló», «no se saltó ninguna fila», «no sacó ventaja», «el Estado argentino no tiene que pagar», «no fue a ningún vacunatorio VIP». Hicieron malabares para tratar de justificar que, nuevamente, como lo hizo tantas veces durante su Gobierno, volviera a faltar a su palabra.
Usaron el tono arrogante que los caracteriza, porque este sector político se cree, de verdad, superior moralmente a los peronistas o a cualquier otro que no comulgue con sus ideas. Con sus «valores», como les gusta llamarlos para apropiarse de esa palabra, como si nadie más que ellos tuvieran convicciones que defender.
Por eso, algunos intentaban explicar que quienes criticaban a Macri lo hacían por la «envidia» o «resentimiento», porque no pueden pagar un viaje a Miami para vacunarse. El desdén clasista, siempre presente. ¿No tienes para pagar? Jódete.Los argumentos que más llaman la atención son los que pretenden dotar de un aura de bondad al turismo de vacunas. «Liberó una vacuna para un argentino», «vendrá inmunizado y eso ayudará a la comunidad», dijeron, como si de verdad esa decisión hubiera tenido un sentido colectivo, como si esas fueran las razones y no la de salvarse a sí mismo gracias a que, a diferencia de millones de personas, tiene recursos económicos de sobra. Hay que reconocer el esfuerzo que hicieron para darle la vuelta y convertirlo en un acto cuasi heroico.
Aunque sus defensores insisten en transformar su vacunación en un acto solidario, los antecedentes no le ayudan. Recordemos que, en agosto pasado, con la pandemia a pleno, y cuando habían pasado sólo ocho meses de que terminara un Gobierno que sumió al país en una grave crisis económica, Macri se fue de vacaciones a París.
Desde allá se difundieron sus fotos paseando tranquilo por las soleadas calles parisinas junto a su esposa y su hija, hospedándose en hoteles cinco estrellas y cenando en exclusivos restaurantes, mientras los contagios y las muertes se incrementaban en Argentina.
La sensibilidad, la empatía y la falta de pudor, lo sabemos, no es lo suyo.
Incoherencia
Lo que sí le sale bien a Macri es refugiarse en la comodidad que implica ser opositor y que se basa, principalmente, en criticar con o sin fundamento. En emitir declaraciones que impactan dado su papel como expresidente.
Nada que ver con la complejidad que implica la responsabilidad de gobernar, y en la que, al final, pesan más los hechos que las palabras. La presidencia macrista será recordada por la catarata de eslóganes que prometió y no cumplió: ni alcanzó la pobreza cero, ni unió a los argentinos ni terminó con el narcotráfico, ni tuvo al mejor equipo de los últimos 50 años, ni derrotó a la inflación, ni hizo la Revolución de la Alegría. Su legado fue un combo de más pobreza, inflación, deuda y recesión.Pero ello no le impide denostar a su sucesor ni a todos los gobiernos progresistas o de izquierda, autoasumiendo la defensa de la «libertad», otro concepto que la derecha intenta apropiarse como si este derecho básico de la democracia fuera de su exclusiva pertenencia, como si solo a ellos les importara y fueran sus guardianes designados por mandato divino.
El problema es que es muy difícil creerle a Macri porque, si pudo vacunarse en Miami, fue gracias a que viajó a un foro convocado por el Interamerican Institute for Democracy, una organización dirigida por Carlos Sánchez Berzaín, el exministro de Defensa de Bolivia involucrado en la llamada «masacre de octubre» de 2003, en la que soldados asesinaron a 67 personas y que marcó el fin del Gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.
Impune y refugiado en EE. UU., Sánchez Berzaín se presenta a sí mismo y con gran autoestima como «estadista perseguido y exiliado político». Al foro, además de Macri, también invitó al presidente Iván Duque, quien no pudo ir porque estaba muy ocupado con las represiones recientes, que ya han dejado decenas de muertos y cientos de desaparecidos en Colombia.
Los que sí llegaron fueron el chileno Sebastián Piñera, a quien acaban de acusar de crímenes de lesa humanidad en la Corte Penal Internacional de La Haya por las violaciones a los derechos humanos cometidas durante las represiones del estallido social de 2018; Lenín Moreno, que el 24 de mayo termina su presidencia reprobado por más del 90 % de los ecuatorianos y que en el foro deseó haber tenido «un mejor pueblo»; y Luis Almagro, el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) que validó el golpe en Bolivia.
Una cartelera de ponentes que confirma que, contra la incongruencia y el cinismo, todavía no hay vacuna.
(Por Cecilia González – RT)