El ex presidente superó por apenas tres puntos porcentuales a Bolsonaro, quien tuvo una elección mucho mejor de lo que pronosticaban las encuestas. La gran incógnita ahora es cómo conseguirá nuevos aliados, especialmente tras sufrir duros golpes en el mapa de gobernadores y el parlamento, que acecha sobre su eventual gobernabilidad.
Hay victorias que cuesta disfrutarlas. La transición de preso y paria político a favorito para volver al poder en apenas cuatro años es una hazaña que pocos líderes pueden reivindicar en el mundo y la batalla no está perdida para Luiz Inácio Lula da Silva para el balotaje del próximo 30 de octubre, aunque ya nadie duda que no será algo fácil. Pero el sinsabor indiscutible que dejaron los comicios de este domingo se debe a que el movimiento bolsonarista demostró que sigue vivo, fuerte, con capacidad de dar pelea y, aún si la izquierda llega a ganar en segunda vuelta, con capacidad de bloqueo en el Congreso.
Se esperaba que Lula ganara fácil, con una ventaja muy amplia sobre el presidente Jair Bolsonaro y que la única tensión fuera si llegaba a vencer en primera vuelta. Pero el resultado final fue muy distinto: el ex mandatario no llegó al 50% por casi 1,7 puntos, quedó a solo cinco puntos porcentuales de su rival, perdió los estados claves del mapa de gobernadores y el bolsonarismo se posicionó como una fuerza central en el próximo Congreso federal. Este escenario no solo le augura una negociación aún más difícil para la segunda vuelta, en la que sí o sí necesitará conseguir un aliado sólido, algo que sin dudas requerirá de importantes concesiones; sino que además ya le plantea problemas para la gobernabilidad de un eventual tercer mandato.
Las opciones de aliados para el balotaje no son muy variadas y, teniendo en cuenta la campaña que hicieron hasta ahora, todas las miradas están puestas en Simone Tebet, la única candidata que no optó por sumarse a la estrategia «todos contra Lula» en estos últimos meses y confrontó igual o más fuerte con Bolsonaro, especialmente en los debates televisivos. Tebet tiene 52 años, fue jefa de bancada del Senado del Movimiento Brasileño Democrático (MBD), el partido del ex vice de Dilma Rousseff y el hombre que se benefició de su impeachment, Michel Temer. Algunos verían en este antecedente un problema irremontable, pero el MBD es ante todo una fuerza pragmática, una característica que el propio Lula y su Partido de los Trabajadores (PT) vienen demostrando una y otra vez desde 2002, aunque muchos los sigan tildando de izquierda radical.
Tebet quedó tercera con 4,2% de votos y superó a un ex ministro de Lula que se terminó convirtiendo en su más férreo rival, Ciro Gomes, cuya estrategia de confrontar con su ex jefe y aliado hasta acercarse y hacer guiños inequívocos a Bolsonaro -este domingo fue a votar con una camisa amarilla, color insignia del oficialismo actual-, le terminó costando caro. Quedó cuarto con apenas más de 3% y 3,5 millones de votos, un retroceso claro del caudal que obtuvo en la primera vuelta de 2018, cuando quedó tercero con 12,4% y más de 13 millones de votos.
Pero Lula no solo necesitará sumar tres puntos porcentuales en 28 días, también deberá sobreponerse a una derrota fuerte en el próximo mapa de gobernadores. El bolsonarismo ganó en primera vuelta y muy cómodo en Río de Janeiro, quedó primero -también cómodo- para el balotaje en San Pablo y la candidata lulista perdió Minas Gerais a manos del actual gobernador. En resumen, además de muchas otras derrotas en el resto del país, la alianza de izquierda del ex presidente se quedó sin los tres estados más importantes en términos políticos y económicos, un resultado que, sin dudas, también tendrá su efecto en el Senado federal.
En el Congreso, el Partido Liberal de Bolsonaro ganó la primera minoría en la Cámara de Diputados federal, mientras que el presidente también tendrá a varios de sus ex ministros e incluso su actual vicepresidente sentados en el próximo Senado. Esto ya le garantiza a Lula que, en caso de ganar el 30 de octubre, tendrá que acercarse si o si a otras fuerzas para poder aprobar sus leyes. Nuevamente, el MDB se presenta como una de las opciones posibles.
Como el propio Lula alertó un día antes de los comicios, el balotaje es una elección completamente distinta a la primera vuelta, con una estrategia y aliados nuevos. Bolsonaro tomó al pie de la letra esta premisa y comenzó la misma noche de las elecciones. No salió rápido a cuestionar los resultados verborrágico y agresivo, como algunos pronosticaron en la prensa brasileña y hasta se tomó su tiempo. Habló luego de Lula, cuando los resultados ya estaban claros.
«Entiendo que hay muchos votos que se debieron a la condición del pueblo brasileño, que sintió el aumento de los productos; en particular, la canasta básica de alimentos. Entiendo que hay una voluntad de cambio por parte de la población, pero hay ciertos cambios que pueden ser para peor», dijo a un grupo de periodistas que lo esperaban en el Palacio de la Alvorada, la residencia presidencial de Brasilia, donde pasó la jornada tras votar en Río de Janeiro. Se mostró calmo y moderado, dos características que no se vieron en la campaña para la primera vuelta.
Lula, en tanto, reaccionó con un discurso optimista corto, que no terminó de remover el mal sabor que dejaron los resultados. Habló de hacer «un mapeo de Brasil para ver qué regiones hay que reforzar» y de «viajar y debatir más» por todo el territorio. El mapa que dejó esta elección muestra un lulismo muy fuerte en el Nordeste y el Noroeste, mientras que el bolsonarismo se consolidó en parte del centro, como Mato Grosso, y en muchas zonas del Sur.
Sin hacer una autocrítica contundente, el ex mandatario pareció reconocer que el problema no solo es la fortaleza que aún posee el bolsonarismo sino, aún más importante, el importante rechazo que todavía genera su figura. La persecución judicial que impulsó el ex juez y ex ministro bolsonarista Sérgio Moro -hoy senador electo- y la condena de más de 500 días por corrupción que sufrió Lula dejaron una mancha que la anulación de todos los procesos y la liberación dictadas por la corte suprema no pudieron eliminar.
La sociedad no se adaptó tan rápidamente como la dirigencia política y varios grupos de poder a la rápida transición entre preso y paria al único líder responsable y serio que puede poner fin al Gobierno de Bolsonaro y recuperar el crecimiento económico y el desarrollo social que marcaron sus dos Gobiernos. Aunque Lula no tiene ninguna denuncia abierta, se alió con algunos de sus más férreos enemigos del pasado, consiguió el visto bueno de muchos pesos pesados del poder económico concentrado de Brasil, a los ojos de muchos brasileños sigue siendo «un ladrón», como le repitieron una y otra vez a este portal durante su recorrida el domingo a la mañana por un barrio de clase media trabajadora del norte de la ciudad de San Pablo.
Además, la izquierda debe reconocer que el bolsonarismo no es un movimiento marginal de extrema derecha, sino que su discurso, por radical que es, parece ser preferible para mucha gente a la vuelta del PT al poder. Tampoco sirvió crear una fórmula con un vice de la tradicional socialdemocracia paulista cuando esta fuerza -a la que Geraldo Alckmin ya no pertenece formalmente, pero claramente representa- perdió su principal bastión por primera vez en más de una década: la segunda vuelta a gobernador en San Pablo será entre el candidato bolsonarista y el lulista.
Lula, el PT y sus aliados hicieron un enorme trabajo de movilización de las bases en esta campaña, pero venían de una desmovilización muy grande después del golpe contra Dilma en 2016 y, luego, la detención y prisión de Lula en 2018. La esperanza de las bases y de la dirigencia era que el trabajo hecho iba a ser suficiente porque la gran mayoría de la población la había pasado mal durante los cuatro años del Gobierno de Bolsonaro, como muestran los indicadores de pobreza y hambre. Sin embargo, no lo fue y la mancha que teñía al ex presidente y a su partido hace cuatro años sigue bien presente.
Además, a la subestimación de las encuestadoras se sumó la invisibilización de los grandes medios brasileños y, en menor medida, también los internacionales. Parece que había algo de verdad en la denuncia que los bolsonaristas hacían contra los grandes medios de comunicación brasileños. «Nos ignoran», «no vienen a nuestros actos», «hacen como que no existimos», le dijeron a este portal simpatizantes del presidente durante su último acto masivo en la ciudad de San Pablo, en la víspera electoral. A diferencia de la caminata por la céntrica avenida Paulista que protagonizó el petismo apenas un rato después, en la caravana oficialista apenas había un puñado de periodistas extranjeros.
Seguir ignorando o subestimado en las próximas cuatro semanas sería un error que Lula y la izquierda brasileña podrían pagar muy caro, al igual que no reconocer que el daño que hizo el lawfare en Brasil no se subsanó con un simple giro de la corte suprema. Esto no solo quedó demostrado por el enorme voto antiLula que aún subsiste en el país, sino también porque Moro, la figura que más desacreditada debería haber quedado en esta historia, pronto asumirá como senador federal. (Destape web)