Tres días antes de las elecciones del 30 de octubre de 1983, los cinco candidatos a presidente de los partidos que integraban la Multipartidaria firmaron un documento en el que se comprometían a defender la Constitución nacional y el sistema democrático, republicano y federal, resolver crisis de gobernabilidad de manera conjunta, proteger los derechos humanos, respetar el pluralismo, reformular el rol de las Fuerzas Armadas, promover una economía basada en el crecimiento y la justicia social y desarrollar una política exterior independiente y en estrecha relación con los países latinoamericanos, entre otros puntos.
Esa “Carta democrática”, impulsada por la Democracia Cristiana, quedó en resguardo de la Iglesia católica después de ser firmada por Raúl Alfonsín (UCR), Ítalo Luder (PJ), Oscar Alende (PI), Rogelio Frigerio (MID) y Francisco Cerro (DC). Luego de los comicios, también la rubricaron las dos centrales obreras (CGT-RA y CGT Azopardo) y los industriales de la UIA.
El gesto era una apuesta al futuro volcada en un papel: nunca más la Argentina debía tolerar un golpe de Estado
Pero la incertidumbre por el destino democrático no se apaciguó con la victoria del candidato radical. Una convicción arraigada en el imaginario colectivo sobrevivía. “¿Qué haría usted si hay golpe?”, preguntaba una revista de la política, el arte y el espectáculo, y a un puñado de gente “en la hiper-politizada calle Florida” porteña. El Testigo recogía “un chiste de mal gusto”: el próximo golpe debería producirse en 1985, de acuerdo con la sucesión 1930 (+13), 1943 (+12), 1955 (+11), 1966 (+10) y 1976 (+9).
No había espacio para la banalización en aquellos días frenéticos. Por eso, Alfonsín rescató una frase que repitió durante la campaña electoral y que quedó en el diccionario político de los argentinos: “Con la democracia no solo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”. Su voz resonó ante la Asamblea Legislativa el 10 de diciembre de 1983. No faltaron quienes le pasaron factura por su optimismo cada vez que estalló una crisis económica durante su gobierno: de la “economía de guerra” al Plan Austral, del Plan Primavera a la hiperinflación.
Alfonsín estaba persuadido de que la inmensa mayoría de la sociedad había aprendido las enseñanzas de la historia:
la revalorización de la democracia era irrefrenable.
Las salidas golpistas, el desprecio por las instituciones y las aventuras militaristas ya no podían ser una alternativa.
El recitado del preámbulo de la Constitución en sus actos de campaña era parte de las lecciones de instrucción democrática que el líder radical percibía como fundamentales para impartir a una ciudadanía que aspiraba a reencontrarse con un estilo de vida alejado de cualquier tipo de autoritarismo.
Y esa convicción se trasladó a una convocatoria: “Cien días de gobierno por cien años de democracia”. Aquel acontecimiento histórico, en marzo de 1984, proyectaba un futuro de construcción de una democracia eterna e invitaba a recordar una fecha significativa.
El acto en Plaza de Mayo se celebró el 23 de marzo, días después de la fecha exacta, pero a pocas horas de cumplirse un nuevo aniversario del golpe de Estado de 1976.
Hoy, a cuatro décadas de la recuperación de la democracia, varios temas que inquietan a la sociedad argentina son los mismos que preocupaban en aquel momento:
pobreza, desocupación, inflación, deuda externa, dólar, discursos autoritarios, herencia de la última dictadura cívico-militar, el sistema judicial,
Malvinas… Otros comenzaron a tener una dimensión mayor con el paso del tiempo, como la “inseguridad” y el narcotráfico.
Aquella sociedad efervescente, optimista y con ansias de participación dejaba atrás casi ocho años de represión, censura, persecución y exilio, se transformó hoy en una comunidad desencantada, que sufre, en palabras de Cristina Fernández de Kirchner, de “insatisfacción democrática”.
CONTRA LOS DESESTABILIZADORES
“Me parece que el carácter fundacional de la etapa que estamos viviendo los argentinos desde el 10 de diciembre de 1983 debe atribuirse a una gran voluntad colectiva de ser finalmente una nación, una nación cabalmente integrada y vertebrada; no un conglomerado de micro-naciones o micro-Argentinas, empeñadas cada una de ellas en ser la expresión exclusiva de la nación global”, reflexionaba el jefe de Estado radical ante el periodista Pablo Giussani para el libro ¿Por qué, doctor Alfonsín?, que salió a la venta en diciembre de 1987, dos años antes de que terminara su mandato en forma abrupta.
Para Alfonsín, podía verse ese “espíritu fundacional” en la movilización popular de la Semana Santa de ese año en defensa de la democracia durante el alzamiento del teniente coronel Aldo Rico.
Consideraba que se había producido una “manifestación nacional” de tal magnitud que “parecía marcar la reconciliación final de las partes en el todo, poniendo fin a más de un siglo y medio de desencuentros”.
Un año más tarde, el gobierno de la UCR enfrentó un nuevo alzamiento carapintada, esta vez liderado por el coronel Mohamed Alí Seineldín, en la localidad bonaerense de Villa Martelli.
Era la tercera rebelión carapintada contra el orden constitucional que debió soportar la transición democrática. Faltaban pocos días para cumplirse el quinto aniversario de la llegada de Alfonsín a la Casa Rosada.
El “golpe de mercado” –en palabras de Alfonsín–, o el “golpe de Estado económico” –como prefieren llamarlo otros actores–, adelantó la entrega del poder para el 9 de julio de 1989.
El sexto aniversario de la nueva etapa democrática encontró a Carlos Menem en la Casa de Gobierno cinco meses antes de lo previsto. Ese 10 de diciembre, las tapas de los diarios recogieron una frase que quedó grabada en la memoria colectiva como ejemplo del sistema neoliberal que la administración menemista comenzaba a pergeñar. “Ramal que para, ramal que cierra” marcó el ritmo del desguace de las empresas estatales, la dureza frente a los reclamos de los trabajadores y una concepción de país regida por el eufemismo de la “economía popular de mercado”.
Parecía que no había nada para festejar aquel 10 de diciembre acosado por la hiperinflación. La crisis económica y social seguía descontrolada. El cambio de ministro de Economía –el contador Erman González reemplazó al directivo de Bunge & Born Néstor Rapanelli– desembocó en más ajuste e inestabilidad y una inédita confiscación de depósitos con el Plan Bonex.
1993, CRÓNICA DE UNA ÉPOCA PERVERSA
El presidente entra como un boxeador al Luna Park. Saluda, besa, firma autógrafos a quienes están a los costados de un pasillo humano que lo conducirá a una butaca. Lo sigue de cerca su secretario privado, Ramón Hernández. Suena la “Marcha peronista” interpretada por una banda de vientos instalada en una tribuna repleta de banderas argentinas y consignas partidarias. No hay ring, sino un escenario ocupado por la Orquesta Sinfónica Nacional para celebrar el décimo aniversario del retorno a la democracia. Menem se sienta entre Carlos Ruckauf, su ministro del Interior y futuro vicepresidente durante su segundo mandato, y Ubaldo Calabresi, el nuncio apostólico de la Argentina. Detrás del jefe de Estado, sonríe satisfecho Gerardo Sofovich, director de ATC.
A la orquesta le cuesta concentrarse para ejecutar la “Obertura 1812”, de Chaikovski. Las voces de la popular irrumpen durante la ejecución. En pantalla gigante, un spot de más de quince minutos en homenaje al hito histórico. Cuando aparecen las tapas de los diarios que anuncian el triunfo de Alfonsín en 1983, suenan los primeros silbidos. Luego se multiplicarán con cada presencia del ex mandatario.
El recorrido por los casi seis años del gobierno radical dura poco –se destaca el acuerdo por el Beagle, la reunión con mandatarios extranjeros–. Los aplausos arrasan con Menem y Eduardo Duhalde que saludan en una caravana de campaña subidos al Menemóvil.
La mayor parte del video está destinada a la gestión de Menem. Una sucesión de “logros” se impone: son las “joyas de la abuela” rifadas durante la primera etapa de su gobierno. Un avión de Aerolíneas Argentinas, cabinas públicas de las privatizadas Telefónica de Argentina y Telecom, una instalación de YPF y un tren se mezclan con el monumento a los caídos en Malvinas en Plaza San Martín y la Biblioteca Nacional. Mientras, la orquesta lidia con la “Marcha…” que rebrota desde la tribuna.
Y el abrazo final entre Menem y Alfonsín refuerza el clima que se vive en el estadio. Semanas antes, ambos habían sellado el Pacto de Olivos, que abrirá el camino para la reelección de Menem en 1995, reforma de la Constitución mediante. Sobre vuelan como anhelos las experiencias de los pactos de la Moncloa y Punto Fijo.
El presidente MENEN alude al acuerdo durante el discurso que ofrece a los asistentes, en el que se enorgullece de haber ejecutado una “cirugía mayor sin anestesia” para salir de la crisis, con “reformas estructurales” que posibilitaron un “cambio de mentalidad” y una “armonía entre todas las clases sociales”. A su entender, el país ya no es un “paria” entre las naciones del mundo.
También celebra la “estabilidad” que aporta el plan neoliberal ejecutado por Domingo Cavallo asentado en las privatizaciones y la convertibilidad un peso-un dólar y la “pacificación” de los indultos –que no son mencionados–, atroz desenlace de las leyes de impunidad de Punto Final y Obediencia Debida.
Y como Cristo a Lázaro, Menem le ordena al país: “Argentina, levántate y anda”.
El animador Antonio Carrizo conduce el show, por el que desfilan varios artistas populares, desde Mariano Mores, Roberto Goyeneche, Atilio Stampone y Rubén Juárez, hasta la Mona Jiménez, César “Banana” Pueyrredón, Estela Raval y Jaime Torres, entre otros. Raúl Lavié y Valeria Lynch cantan el “Himno nacional”.
Como cierre, el humorista Antonio Gasalla hace reír a Menem, ministros, gobernadores y funcionarios con su interpretación de Noelia, una ridiculización de una maestra de escuela pública. El descrédito hacia todo lo público no impide que Gasalla aproveche la parodia para hablar de los bajos sueldos docentes y las malas condiciones de las escuelas. De paso, reclama la presencia de aquellos “símbolos que nos han acompañado en todos estos años de democracia” (en verdad se refiere a los años del menemismo): la Ferrari Testarossa, “manejada por Menem Junior”; María Julia Alsogaray, “envuelta en cables de teléfonos, con un balde de agua del Riachuelo en cada mano”; Zulemita Menem, “vestida de odalisca con el jopo parado peinado por Estela Londero”; Norma Plá, “sentada en Corrientes y Bouchard, pero en un sillón Luis XV todo dorado”; y Palito Ortega, “vestido de Elvis Presley con una caña de azúcar en la mano”.
2003, EL AVE FÉNIX
La caída del gobierno de Fernando de la Rúa y el fin de la convertibilidad tras el estallido social de 2001 parieron una nueva Argentina
Las secuelas de la crisis y la despedida acelerada de la gestión de Eduardo Duhalde tras los asesinatos de los militantes Maximiliano Kosteki y Darío Santillán condujeron a que Néstor Kirchner llegara a la Casa de Gobierno en forma anticipada el 25 de mayo de 2003, luego de que Menem Romero abandonara la chance de competir en el balotaje. Para el vigésimo aniversario de la democracia, el país intentaba recomponerse. La compleja recuperación económica y social se dio a la par de otras señales positivas, como la derogación de las leyes de impunidad y el juicio político a la Corte Suprema menemista.
“En veinte años de democracia hay más en el debe que en el haber. Hay asignaturas que se cumplieron y otras que no tanto”, reconocía Kirchner, y retomaba la conocida frase de Alfonsín: “Con la democracia se ha de comer, se ha de educar y se ha de hacer crecer al país, y no con otro sistema”.
Aquel 10 de diciembre no hubo actos oficiales. Kirchner habló sobre el aniversario en Río Gallegos, donde asistió a la asunción del nuevo gobernador santacruceño, y por la noche fue entrevistado en el programa A dos voces, de TN.
También aprovechó la ocasión para hacer algunas reflexiones a pedido de la agencia de noticias DyN: “Los dirigentes debemos trabajar para construir una democracia donde el diálogo y el consenso entre políticos no sea sinónimo de componendas poco claras percibidas por la sociedad como instrumentos de impunidad”.
“Otra tarea de la democracia es reconstruir la clase trabajadora argentina y el empresariado nacional, porque un país sin trabajadores que consuman y sin su propia burguesía no tiene futuro”, consideraba, y advertía que “la corrupción es un peligro para la democracia”.
En aquella jornada también hablaron los ex presidentes Alfonsín (“tenemos un déficit extraordinario de la democracia en materia social que no hemos podido superar en veinte años”) y De la Rúa (“hoy saludo al futuro, a las nuevas generaciones que vienen, saludo a la democracia que con dificultades, alegrías y desesperanzas, mantenemos los argentinos”).
Aquel 10 de diciembre, Kirchner generó un hecho simbólico que marcaría un hito en la relación entre un gobierno constitucional con los organismos de derechos humanos y en la construcción de políticas públicas sobre el ideario Memoria, Verdad y Justicia.
Esa tarde, el presidente pidió entrevistarse con las Madres de Plaza de Mayo, que comenzaban una nueva Marcha de la Resistencia. El encuentro con Hebe de Bonafini y sus compañeras duró dos horas.
Allí les anticipó que su gobierno tenía decidido crear un premio a la trayectoria en derechos humanos con el nombre de Azucena Villaflor, una de las fundadoras de la entidad, secuestrada por la dictadura el 10 de diciembre de 1977 y luego asesinada.
2013, LA MULTIPLICACIÓN DE DERECHOS
Diez años después de que Kirchner les adelantara a las Madres aquel proyecto, el cantautor catalán Joan Manuel Serrat, símbolo de la resistencia cultural frente a la dictadura, recibía el premio durante el acto de conmemoración de los treinta años de democracia.
Era el 10 de diciembre de 2013 y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner encabezó la ceremonia en el Museo del Bicentenario. Mientras una fiesta popular desbordaba la Plaza de Mayo, las policías de casi todo el país protagonizaban una rebelión inédita que permitió una seguidilla de saqueos y generó muertos y heridos.
No hubo cadena nacional –la transmisión de los actos oficiales se había convertido en un tema irritante para el antikirchnerismo–.
Cristina no quiso que los canales de TV opositores partieran las pantallas, la mitad para su discurso y la otra para “los violentos, los antidemocráticos, los que no respetan los valores por los cuales tantos argentinos y argentinas dieron su vida”, con la intención de que “los argentinos despreciemos o no nos importen los valores de la democracia”.
Fueron días en que hubo una “extorsión a una sociedad por parte de aquellos que portan armas para defenderla y no para atacarla”.
“Tengo una sola certeza, absoluta, inconmovible –dijo la presidenta–: todo lo que falta lograr, todo lo que nos falta hacer solo se puede hacer en democracia, respetando la Constitución, respetando las leyes, respetando las autoridades legítimamente constituidas y elegidas por el pueblo. No hay ningún otro modo de poder hacerlo.”
En primera fila escucharon De la Rúa, Adolfo Rodríguez Saá y Ricardo Alfonsín, hijo del líder radical fallecido en 2009. La figura del primer mandatario de la transición fue reconocida por Cristina, quien se encargó de establecer lazos entre el ideario alfonsinista y el del kirchnerismo, herederos de “un movimiento nacional que pugna, con marchas y contramarchas, con los que siempre acechan contra los valores de la democracia”.
En ese listado puso el breve paso de Bernardo Grinspun por el Ministerio de Economía y su enfrentamiento con el FMI, el Juicio a las Juntas, la creación del Mercosur.
Era “la Argentina de la democracia en libertad condicional”, una transición que se consolidaba a los tumbos, con dificultades y acechanzas permanentes.
De aquellos días de incertidumbre a la “década ganada” –según el eslogan acuñado–, la del crecimiento económico, la inclusión social y la ampliación de derechos. “¡Qué vinculación sensata, racional, hay entre profundidad democrática, crecimiento económico e inclusión social!”, destacó.
Cristina se remontó a los días efervescentes de 1983 y recordó dos momentos. El miércoles 26 de octubre el radicalismo cerró su campaña con un multitudinario acto en el Obelisco.
En Santa Cruz, el peronismo local se congregó en el Colegio Salesiano. “Yo estaba a punto de salir con Néstor para el acto y aquí estaba cerrando su acto de campaña, en la 9 de Julio, el doctor Alfonsín. Me detuve por un minuto a escucharlo porque Néstor estaba demorado haciendo no sé qué cosa.”
–Néstor, escuchalo, parece Perón cuando habla.
–Pero vos estás loca. ¿Qué estás diciendo?
“Y ahí no más me arrastró y me llevó al acto.”
Cuatro días después, en la jornada de las elecciones, Cristina, fiscal general por el PJ en un colegio de Río Gallegos, apostó con su colega de la UCR que el peronismo sería el ganador. “Los peronistas nos creíamos imbatibles en las urnas, como si uno pudiera hacer cualquier cosa en política y la gente pudiera olvidarlo, sin autocrítica”, reflexionó a treinta años de distancia.
CONSTRUIR FUTURO
“Hoy, más que nunca, la ratificación de la democracia. Frente a los violentos, frente a los que quieren instalar el miedo en la gente, frente a la conmoción que provoca ver escenas que realmente conmueven, consternan y algunas avergüenzan.”
Las palabras de Cristina de 2013 resuenan una década después. Entonces, el contexto era la rebelión policial; en la actualidad, los discursos de odio y la reivindicación del neoliberalismo, el negacionismo y el neofascismo.
Quizá sea necesario que ya no solo los candidatos –como en 1983–, sino todos los actores sociales firmen nuevas cartas democráticas cada vez que asolen tiempos de desencanto. Los cien años de democracia siguen en el horizonte.