La feroz paliza al soldado Omar Octavio Carrasco. Y luego su desgraciada muerta vino a terminar con el servicio militar obligatorio en la Argentina, y simultáneamente los oficiales de más alta graduación, también vieron desaparecer sus viejas aspiraciones de la presidencia de la nación, a través de un golpe de Estado.
Asi se vivió, con el primer golpe de estado a Hipólito Irigoyen en 1930 por el teniente general José Félix Uriburu, salteño y que inauguró que los militares tomaran el mando presidencial en 1955. 1962, 1069, 1976, esta ultima la de mayor tragedia, con decenas de muertes con la represión del Estado.
La muerte del soldado Carrasco sucedió a sus 19 años. Era tímido, evangelista, y recién hacía a penas, una semana que se había incorporado al ejército, el mismo día que Carrasco ingresó al Ejército fue recibido con un fuerte “baile”. El “baile” era popularmente conocido como una prueba de movimientos físicos extremos en la “colimba”, donde los superiores llegaban hasta golpear a los soldados. Ignacio Canevaro estaba como oficial a cargo esa semana.
En su segundo día, Carrasco debía estar de “imaginaria” (guardia), pero no asistió porque no pudo levantarse de la cama debido a los fuertes dolores que tenía en el cuerpo, ocasionados por el “baile” del día anterior. Como castigo, al otro día –su tercera jornada en el Ejército–, le ordenaron ocupar el puesto de cuartelero y debía ordenar y limpiar toda la cuadra. Ese fue el último día que se vio con vida a Carrasco. Sus compañeros lo reconocieron cuando se dirigía al baño a la hora de la siesta.
Una patada crucial, certera, desgarradora, que había recibido, le partió una costilla y le perforó un pulmón. También tenía un tremendo golpe en un ojo. Quizás inmediatamente posterior, como golpe de gracia, el joven soldado tuvo una hemorragia interna, lo ahogó, no pudo gritar y murió.
El Tribunal Federal Oral de Neuquén condenó por el crimen, el 31 de enero de 1996, al subteniente Ignacio Canevaro (a 15 años de prisión) y a los soldados viejos Cristian Suárez y Víctor Salazar, a 10 años. Al sargento Carlos Sánchez le dieron 3 años por encubridor.
Las autoridades del cuartel, recibieron a los padres de soldado, después de 15 días, y justificaron su ausencia, argumentado que su hijo era un desertor, y que se había escapado, que quizás pudo atacarlo alguna patota en la calle o andaría por ahí, vagando. Allí sus padres sospecharon que algo andaba mal.
El 6 de abril, justo un mes después de la paliza, el cadáver del soldado fue hallado al pie de un pequeño cerro, en terrenos del mismo regimiento donde había desaparecido. Sólo llevaba un pantalón militar que no era el suyo y un cinturón abrochado muy fuerte, que no dejó ninguna marca sobre la cintura, como si se lo hubieran puesto mucho después de su muerte. En ese instante, el servicio militar obligatorio entró en coma.
En agosto, la investigación del crimen se había convertido en un escándalo cívico militar y el presidente Carlos Menem firmó el decreto que puso fin a la conscripción, vigente en el país desde 1901. Aquella paliza feroz había cambiado la vida de los argentinos.
Después vino una larga y confusa investigación sobre el crimen y su encubrimiento que aún continúa. El caso debía ser investigado por el juez federal de Zapala, pero no por el Ejército. Llegaron y revolvieron todo. Parecían la KGB, relató uno de los soldados que vio llegar al cuartel a los hombres de Inteligencia que el general Martín Balza juró no enviar pero que, según la sentencia, contribuyeron a contaminar el juicio y a invalidar pruebas que pudieron ser relevantes.
Las preguntas se multiplicaron. ¿Quiénes supieron y callaron? ¿A Carrasco lo atendieron en el hospital militar mientras agonizaba? ¿Por qué figura vacunado el 8 de marzo si murió dos días antes? ¿Quién puso el cuerpo donde lo hallaron? Sin respuestas. De Omar quedaron sus fotos sonriendo y su guitarra vieja. Vivia en Cutral-Có -100 kilómetros al oeste de Neuquén- que pasa detrás del cementerio y ocupa tres cuadras de tierra y piedra que separan el casco urbano del desierto. Se llama, a secas, Soldado Carrasco. El último conscripto.-
Han pasado treinta años, el presidente Milei estudia un proyecto para volver a instalar el servicio militar obligatorio, que no es otra cosa que devolver las prerrogativas de la oficialidad mayor, de la fuerza armada y volver a manejar un gran presupuesto, sin ninguna probabilidad de conflicto con los países vecinos y no vecinos.