Coronavirus: “La terapia intensiva llegó al límite”
Advierten sobre la fragilidad del sistema sanitario y anuncian que en poco tiempo, Argentina podría estar como España, Italia o Estados Unidos. La perspectiva de Arnaldo Dubin y Cintia Villavicencio.
Del total de los infectados, el 80% transita la covid de una manera leve o moderada, el 15% puede llegar a experimentar alguna complicación y el 5% restante debe ser internado en Unidades de Terapia Intensiva (UTI). La pandemia desnudó la fragilidad de todos los sistemas de salud a nivel mundial. En Argentina, la comunidad médica alerta sobre una situación que se revela dramática. El martes, los médicos de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) expresaron que el país “está perdiendo la batalla ante el virus”. Al día siguiente fueron convocados por Alberto Fernández en Olivos y concluyeron que “una mayor flexibilización sería una invitación al desmadre”. Ahora, dos especialistas detallan a Página 12 la magnitud de la crisis en la que está ingresando el sistema sanitario. “Tenemos una carga de trabajo que verdaderamente es brutal. Hace 40 años estoy vinculado a la terapia intensiva y en mi vida imaginé que pudiera suceder algo así”, señala Arnaldo Dubin, médico y miembro de la SATI. “A veces circula que el 60% de las camas están ocupadas pero en realidad estamos al 90%, según lo que reporta la propia SATI. Las UTI que se sumaron para la pandemia se fueron ocupando casi todas. Se están buscando más respiradores, pero el tema es que no hay personal médico idóneo para manejarlo”, alerta Cintia Villavicencio, médica terapista y jefa de residentes del Hospital Simplemente Evita de Buenos Aires.
El último reporte del ministerio de Salud arrojó que en el país hubo 12.026 nuevos contagios y 245 muertes. Las camas están ocupadas en un 68,2% en el AMBA y un 61,1% en el resto del país.
Cintia Villavicencio tiene 31 años y decidió dedicarse de lleno a la covid por solidaridad con sus colegas. “Es una experiencia única, espero que sea la última vez que pasemos por esto. Siento que tengo las capacidades para hacerlo, soy joven y reconozco que hay terapistas mayores que yo que correrían serios riesgos si se infectaran, así que tomé la decisión de concentrarme en pacientes con coronavirus. Lo hago, sobre todo, para cuidar a mis compañeros y mis compañeras”, completa Villavicencio.
Como apuntaba Dubin, la tarea con personas enfermas de coronavirus es compleja. Por ejemplo, en la ventilación mecánica, a los pacientes hay que colocarlos boca abajo porque de esta manera se mejora la oxigenación y puede cambiar el curso de la enfermedad. Para dar vuelta a un paciente, se necesitan por lo menos tres personas que, tal como se presenta la situación, no están.
La complejidad también está dada por la capacidad infectiva del virus que requiere de cambios constantes de ropa y una logística muy estresante. “Cada vez que entramos a ver cómo avanza la enfermedad de alguno, nos tenemos que cambiar. Cuando de nuevo salimos de la habitación debemos sacarnos los elementos de protección personal. Nos cambiamos muchas veces por día y eso es riesgoso porque también tenemos peligro de contagiarnos. Desde hace cinco meses venimos con una rutina demoledora, estamos agotados, no damos más”, comenta Dubin. Y asegura: “Estamos exhaustos emocionalmente y propensos a cometer errores, nos contagiamos, nos enfermamos. Hay compañeros que han fallecido en el camino. La realidad es que el resultado no es el mismo, no estamos trabajando con la misma calidad de siempre”.
Villavicencio detalla la situación que viven a diario: “El equipo de protección personal es como nuestro escudo. De tanto tiempo llevarlo puesto, se me marcó la cara, se siente mucho calor, se hincha la nariz, por momentos, incluso, no se puede respirar, falta el aire. Tenés miedo de enfermarte con cualquier mínimo descuido”. Asimismo, se estaciona sobre el nudo crítico de todas las jornadas, en el eslabón más complicado de todos: la intubación. “Nosotros estamos acostumbrados a intubar, pero la intubación que se realiza a pacientes con covid es sumamente riesgosa. Cualquier mal movimiento y la persona puede morir, por eso, generalmente, quien se encarga de este procedimiento es el médico con mayor experiencia. Genera un estrés increíble”, sostiene.
Desde que comenzó la pandemia, los focos estuvieron colocados en que el sistema no colapsara. Para ello, se sumaron más camas en las instituciones de salud y se crearon centros sanitarios ad hoc en sitios no preparados originalmente para esas tareas. Tecnópolis y la Universidad Nacional de Quilmes constituyen ejemplos al respecto. Además, resultó clave el aprovisionamiento de respiradores, así como también de mascarillas, camisolines y otros insumos para que los profesionales de la salud pudieran protegerse. Si iban a estar en la primera línea de batalla, debían estar protegidos. El sistema se robusteció y fue posible gracias a la cuarentena temprana. Ahora bien, en lo que no se reparó lo suficiente fue en el recurso medular: las personas. Los médicos intensivistas no son muchos y, los pocos que hay, según Dubin, “están agotados física y mentalmente”. Los que no están es porque fueron sobrepasados por la situación, se infectaron o están muertos.
Desde esta perspectiva, lo describe el referente: “La terapia intensiva siempre fue una especialidad relegada y nadie sabe muy bien lo que hacemos. Nos dedicamos a la atención de pacientes que presentan cuadros agudos, que representan una amenaza inminente para la función orgánica y la vida. Son casos en los que implementamos medidas de monitoreo y control que habitualmente son invasivas, incluso agresivas”, destaca. Y continúa con el énfasis en la importancia que tienen los profesionales expertos en el área. “La pandemia trajo a la terapia intensiva a las primeras planas en todo el mundo. No obstante, nadie se preocupó mucho por las personas. Más allá de los respiradores y las camas que tengamos, lo más importante son los intensivistas. El éxito que tengamos, quizás como en ninguna otra especialidad, depende del trabajo en equipo de kinesiólogos, enfermeros y médicos. De hecho, hay recurso tecnológico ocioso, pero de la gente se habla poco. Hoy no hay personal suficiente”.
Diferencias con CABA y el drama jujeño
Dubin explicita su desacuerdo con los números oficiales que brinda el gobierno porteño y, en segunda instancia, echa mano a la situación de Jujuy como ejemplo desafortunadamente emblemático. “Tengo una polémica terrible con el gobierno de la Ciudad acerca del porcentaje de camas libres. En verdad, es mucho más alto que el que se comunica habitualmente. La velocidad de los egresos no es la de los ingresos porque los pacientes con covid pueden llegar a estar hasta cuatro semanas internados. Tampoco comparto su visión edulcorada respecto de la supuesta meseta de la curva. La saturación del sistema es inevitable”, advierte el especialista de SATI. Si bien en el AMBA el reporte oficial indica que la ocupación es del 68%, en algunas localidades de provincias como Jujuy, Río Negro y Mendoza, directamente ya no hay disponibilidad.
En efecto, con el Sars CoV-2 desplegado como mancha por todo el país, no se cumple con la rotación de camas que cualquier sistema de salud requiere para poder atender a las personas que necesitan cuidados intensivos. Si bien el tiempo promedio de internación por coronavirus es de dos a tres semanas, en una cantidad nada desdeñable de casos suele prolongarse más. “La situación, por otro lado, de San Salvador de Jujuy lo grafica muy bien. El mismo Morales lo reconoció de manera reciente: el sistema está colapsado y gran parte de la responsabilidad recae en sus espaldas. Reconozco que el Ministerio de Salud de la Nación ha hecho esfuerzos increíbles para conseguir intensivistas y paliar esta situación pero solamente pudo arrimarles un puñado”, relata Dubin.
El cuello de botella, el factor limitante del funcionamiento correcto del sistema, no es tanto la cantidad de insumos disponibles sino más bien los expertos y las expertas en el rubro. “Los médicos intensivistas somos muy pocos, nadie quiere hacer terapia intensiva porque es muy demandante, las guardias son de 24 horas, el cansancio físico que implica, el contacto permanente con el sufrimiento y la muerte. También participamos de relaciones laborales muy malas y salarios que son definitivamente pobres”, dice Dubin al respecto. Más del 50% de las vacantes para la residencia en la especialidad de terapia intensiva quedan libres cada año. “Incluso, desde antes de la pandemia las terapias intensivas estaban al borde del colapso de no ser por el concurso de médicos extranjeros, fundamentalmente bolivianos y colombianos, que vienen al país a hacer la residencia. Paradójicamente, suelen ser denostados por los patéticos xenófobos que siempre andan dando vueltas. Nos han dado una mano y nos siguen ayudando de una manera crucial en esta crisis”.
La reunión con el Presidente
“Desde la SATI no le pedimos una reunión a Alberto Fernández. Fue él quien nos escuchó hablar en los medios, se preocupó y nos convocó. Tuvimos un diálogo franco. Al igual que nosotros, se lo ve preocupado por esta situación y el objetivo es el mismo: todos queremos preservar la mayor cantidad de vidas que se puedan”, comenta Dubin los detalles del encuentro y sigue con su razonamiento: “Nosotros subrayamos un punto claro: la terapia intensiva ha llegado al límite, si los casos siguen creciendo no vamos a poder dar respuesta. Tranquilamente podrá repetirse el escenario de algunos países europeos o Estados Unidos”. En las últimas semanas, Argentina superó la barrera de los 10 mil casos diarios en promedio. El agravante es que no solo el AMBA –como región epicentro– está complicada sino que el despliegue del patógeno alcanzó a todos los rincones del país. En 18 de los 24 distritos existe una transmisión de carácter comunitaria y sostenida en el tiempo.
“La letalidad en Argentina es particularmente baja y éste es un logro de la política sanitaria local. Fue la cuarentena inicial la que permitió que la enfermedad se propagara lentamente, que el sistema se fortaleciera y, básicamente, que no existiera una explosión. Todos los pacientes hasta el momento reciben atención”, plantea. No obstante, más allá de una promisoria situación inicial, la actualidad no es tan auspiciosa como todos desearían. “También es cierto que en relativamente poco tiempo, pasamos de una letalidad de 1.8 a 2.4 en CABA. Como el sistema está al borde, la única incógnita que se puede despejar en esta ecuación es el crecimiento de los casos. La forma de evitar más y más infecciones es con aislamiento”, propone. Villavicencio está de acuerdo y agrega: “No hay otra opción, lo repetimos una y mil veces: solo resta el aislamiento. A nosotros nos mandan como a los soldados de Malvinas, quieren que médicos recién estrenados se hagan cargo de una terapia y eso se logra con mucho tiempo de entrenamiento. Nos falta personal y está claro, estamos perdiendo la batalla”.
En marzo, cuando todo comenzó, se definió como costumbre el aplauso colectivo al personal de salud. Sin embargo, esa mística inicial se apagó conforme fueron avanzando los meses. “A mí no me interesan los aplausos. En cambio, lo que sí me interesa es que la sociedad entienda que estamos en un punto de inflexión en una de las crisis sanitarias más graves de la historia argentina. Hoy está en riesgo la vida de decenas de miles de argentinos y algunos no parecen estar muy al tanto. Estamos al límite, la única manera de evitar una catástrofe es que la gente se cuide, que tenga miedo. De esto, finalmente, dependerá la vida”. (Página12)