La obsesión de los salteños poderosos

Por Santos Jacinto Dávalos .

Ya en los años de 1800 los salteños poderosos procuraban controlar el agua, la justicia y, desde luego, los poderes del Estado.

A través de este triple control los grandes propietarios y sus intelectuales se aseguraban un buen pasar y que los inconformistas -que nunca faltan- se limitaran a rumiar su descontento sin posibilidad de desatar revoluciones ni cambios siempre peligrosos.

De modo que los conciliábulos para formar gobiernos (democráticos, seudodemocráticos o dictatoriales) comenzaban con tres grandes decisiones: Quién dirigiría la Agencia encargada de la gestión de ríos, diques y aguas subterráneas. Quienes accederían a la crucial Corte de Justicia. Y que alianzas tejerían con los que mandaban en el mítico puerto de Buenos Aires.

Santos Jacinto Dávalos

Lo normal era que las familias autodenominadas principales, luego de superar las inevitables querellas intestinas, pusieran en estos apetecidos cargos a sus vástagos más avispados, sin excluir a recién llegados que celebraban bodas de campanillas.

Con el correr de los años aquellos “principales” ampliaron sus ambiciones y pusieron bajo su batuta la riqueza minera de la provincia, las inmensas tierras fiscales y sus bosques.

En realidad, buena parte de la vida social, política y productiva giraba sobre la industria azucarera y vitivinícola, la gestión de los ríos caudalosos, la concesión de yacimientos de petróleo y gas, la privatización de lotes fiscales, el saqueo de bosques y, como no, el fraude patriótico.

Si bien la economía provinciana era, en buena medida, rentística (en tanto dependía de prebendas y favores del Estado), hubieron emprendedores que hicieron honrada fortuna llegando a los puertos del Atlántico y del Pacífico para comerciar sin complejos con el mundo.

Una singularidad del proceso salteño del primer siglo y medio de vida independiente fue el protagonismo de un puñado de familias (llegadas con las primeras oleadas de conquistadores europeos) que lograron controlar recursos naturales, resortes de poder y vínculos con los grupos porteños.

Como no podía ser de otro modo, la irrupción del primer peronismo (hacia 1945) obligó a algunos reacomodamientos que, sin embargo, no llegaron a desplazar a los tradicionales e inteligentes detentadores del poder.

Hoy el panorama ofrece demasiados puntos de contacto con nuestra historia provinciana. Si bien se ha producido un “trasvasamiento” llamémosle sociológico o genealógico, los nuevos poderosos se afanan y logran controlar el agua, los recursos naturales (Salta Forestal, entre otras miles de hectáreas), y los favores del Estado nacional y provincial.

Es notorio, sin embargo, su fracaso en materia de relaciones con las élites porteñas y, desde luego, internacionales. La Salta de hoy languidece en la irrelevancia nacional; lejos de los tiempos donde descollaban en las “mesas chicas” de Buenos Aires, participando en los grandes debates nacionales, nuestros paisanos viajan hoy  buscando bolsones y prebendas menores que les permitan ganar elecciones.

Los relativamente nuevo poderosos descubrieron, hace al menos 40 años, que la ortodoxia conservadora (al estilo de la que representó la Unión Provincial) ha pasado de moda y que hoy lo recomendable es hacerse peronista en cualquiera de sus vertientes.

Han descubierto también que las banderas que supo enarbolar lo que un historiador denomina la “aristocracia republicana salteña”, es cosa de izquierdistas, de agitadores europeizantes. Razón por la cual vuelven, con admiración, su mirada a los viejos señores feudales (de por estos Valles y de otras latitudes).

Al santificar el regimen electoral con base en los Departamentos conectan con las tretas de los orejudos y logran crear falsas mayorías y mantener a raya (al menos por ahora) a los díscolos de los grandes centros urbanos.

Pero esta clase gobernante -que solo piensa en perdurar y perpetuarse- ha perdido las inquietudes. Descree de la libertad. Recita odas a la igualdad, mientras alimenta desigualdades. Practica una fraternidad sectaria y excluyente.

Carece, al menos así lo veo, de un proyecto ilusionante de vida en común.

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