Por Raúl Ramírez
Como quién evite un mal grave e inminente y por ello se llena de alegría y alivio por un rato, antes de recordar que la vida continúa y con ella todos los problemas que lo aquejaban antes de pasar por esa coyuntura tan difícil, gobernantes y partidarios del Frente de Todos celebraron tras el recuento de las elecciones, y poco después durante el Día del Militante. Básicamente celebraron que hay vida después de las elecciones de medio término y que las peores previsiones, tan temidas por el oficialismo como anheladas por la oposición no se cumplieron: aunque cerca de su piso histórico, el Peronismo y aliados lograron mejorar su desempeño de las PASO, y evitar una ingobernabilidad catastrófica.
La notable incomodidad de la dirigencia de Juntos, evidenciada en las caras largas de la noche de las elecciones y en los días posteriores con declaraciones que no solo registraban el disgusto por la empecinada vitalidad frentista, sino que también daban cuenta de pases de factura internos entre los sectores que, por llamarlos de algún modo, se denominarán aquí ultras y moderados. Al respecto una aclaración: puede haber diferencia de modales, de capacidad para la lectoescritura y aún de orígenes partidarios entre los dirigentes de Juntos. Pero los une algo más que el espanto: como se acreditó durante la campaña electoral, y, antes, cuando fueron gobierno, son iguales los Macri, los Rodríguez Larreta y aún los socios radicales en su voluntad de alinearse acríticamente con la política exterior de los Estados Unidos, con los dictados del Fondo Monetario Internacional, y por ello con las políticas de ajuste que, sin respiro, proponen para descargar todo el peso de los estropicios generados por la gestión de Mauricio Macri sobre las espaldas de jubilados, trabajadores y pequeños y medianos empresarios. Incluyendo, desde ya, a esos mayoritarios sectores de las clases medias urbanas cuyo antiperonismo cerril la hará soportar su ruina económica si pueden mantener su diferenciación estética y aspiracional con “los de abajo”.
Lo cierto es que pasada la visita a las urnas, los argentinos nos seguimos enfrentando a la remarcación de precios desvinculada técnicamente de la cotización del dólar, y vinculada a la irrenunciable decisión de los grandes formadores de precios de mantener el mismo porcentaje de ganancias de siempre, a como dé lugar. Más allá de la contención de las tarifas de los servicios públicos, de la recuperada gratuidad de la medicación para jubilados y de los modestos acuerdos en los precios de algunos componentes de la canasta básica, pocos otros logros puede exhibir la gestión de Alberto Fernández, que debe encarar la segunda parte de su mandato todavía amenazada por todo ello y mucho más en el frente interno y por una negociación con el Fondo, respecto de la cual cada vez más las expectativas que inicialmente generaba la conducción de Kristalina Georgieva se han ido diluyendo, pues más allá de los agradables modales de la georgiana, los cuadros técnicos no han cambiado sus recetas de ajuste y el Fondo no parece dispuesto a hacerse cargo de la monstruosa violación de su carta orgánica que representó el viva la pepa de préstamos destinados a la fuga de capitales para Mauricio Macri y sus amigos. Cómo enfrentar esa encrucijada, mientras se acercan los vencimientos de marzo de 2022 parece ser uno de los debates más intensos al interior de los sectores decisorios del Frente de Todos. La alternativa parece conducir al abismo por dos caminos distintos: o aceptar condicionamientos que generarían una catástrofe económica y quizás un estallido social o decir que no a riesgo de un seguro default que podría llevar al mismo ingrato desenlace. ¿Queda un desfiladero que recorrer entre ambos abismos? Es la pregunta que se hacen los que decidirán el camino. Alberto señaló que enviará un proyecto de presupuesto que contemple “los acuerdos hasta aquí alcanzado con el Fondo”. Serían acuerdos preliminares, que oficialmente no se conocen, pero que seguramente darán pistas sobre el futuro. Habrá que saber si resultan de un consenso interno en el Gobierno o desatarán conflictos en la bancada propia a la hora de tratarlos en el Congreso. Quienes evalúen soluciones heroicas, que incluyan rupturas y enfrentamientos con los dueños del poder internacional, deben tomar nota de otra ingrata realidad: a la luz del resultado de las elecciones, muy numerosos sectores del electorado parecen ansiosos en volver a prestarle la soga que los ahorcó a los mismos verdugos que los llevaron a esta durísima realidad.
Durísima realidad en la que se inscribe el asesinato del joven Lucas González por parte de miembros de la Policía de la Ciudad de Buenos Aires. Nadie, ningún gobierno, ha podido contener a los perros rabiosos que usan las armas confiadas por la ciudadanía para abusar de esa misma ciudadanía, y sobre todo, de los sectores más humildes, de acuerdo a sus fobias, prejuicios, resentimientos y negocios. Lo que pasó en la Ciudad pudo pasar y de hecho pasa en cualquier provincia argentina. La diferencia, no menor, es que hay quienes han intentado, hasta hoy sin éxito detener esta locura, y hay los Patricia Bullrich, los Espert, los Milei, los Macri, los Larreta, que apañan, alientan, justifican. Y que cuando gobiernan, usan a esos perros rabiosos para reprimir la protesta social. No es poca diferencia.