Editorial: La insatisfacción social y el intento de magnicidio a Cristina Fernández de Kirchner

La sociedad argentina y la solidaridad con la que se expresaron en favor de la vicepresidenta fue una muestra de la defensa del sistema democrático.

Esta presencia activa de la sociedad civil es un destacable hecho a tener en cuenta, las expresiones de la dirigencia, en repudio de este intento de magnicidio es destacable, pero la ausencia del bloque de Juntos por el Cambio en el senado, el retiro de la bancada del Pro en diputados y la falta de concurrencia a la misa de Luján en contra de la violencia política Y por la paz, fueron a contramano de los pronunciamientos en el atentado.

Patricia Bullrich, montonera y hoy presidenta del Pro minimizó el atentado y dijo que es un mero acto de violencia individual. Esta postura vulnera el pacto democrático que la comunidad construyó en las últimas cuatro décadas, pero para que las declaraciones de repudio no sean una mera puesta en escena, es necesario pensar cómo fue posible vencer determinados límites, que ya se consideraban terminados.

El tratamiento mediático inicial y su eje, en el perfil del atacante, como lo fueron los tatuajes neonazis, construyeron la teoría de que se trataba de un loco suelto. No es una cuestión menor dilucidar si el atentado fue una cuestión de un Lobo solitario o de un grupo organizado de instigadores serviles.

No, creemos que sea un caso de un loco suelto. Las acciones de los seres humanos tienen explicaciones socioculturales. No existen los violentos, sino sujetos que actúan de formas determinadas, por razones determinadas.

Entre los factores que influyen están la reproducción de mensajes de odio en las redes, que construyen un clima social y favorecen el accionar de estos locos sueltos.

Las actitudes violentas y tóxicas son el resultado de un determinado contexto tecnológico actual. Lo que pasa en las redes sociales y el foro trasciende el mundo virtual, la circulación de estos discursos impacta en mayor o menor medida en la vida social. Hay un libro que se titula La vuelta del Odioo y que plantea que ese odio fue hablado, pero que ahora se escribe, circula y se multiplica.

La atmósfera social es un proceso que fue creciendo a partir de acciones concretas. El fenómeno fue muy evidente en los últimos meses.

La violencia muestra el 9 de julio a grupos opositores que instalaron en Plaza de Mayo una guillotina con el logo del Frente de Todos y la frase que decía: Presos, muertos o exiliados y posteriormente un grupo de manifestantes identificados con el nombre de Revolución Federal, arrojaron piedras y huevos frente a la Casa Rosada, los agresores portaban un cartel que decía: Kirchnerismo: cárcel o bala.

En otra oportunidad una veintena de personas pateó la puerta del instituto patria mientras que uno de ellos amenazaba con un megáfono diciendo “Cristina Ahora te toca la horca. Te vamos a ahorcar, acá delante del Instituto Patria o delante del Senado”.

Posteriormente en agosto un grupo atacó el auto que transportaba al actual ministro de Economía, Sergio Massa y minutos antes, esa misma persona había agredido al cronista del canal C5N, el presidente Alberto Fernández también denuncio que había sido amenazado de muerte y este delito también está siendo investigado por la Policía Federal.

Esta cronología de actos violentos revela, que el atentado a Cristina no fue solamente un rayo en un cielo despejado, la polarización de la Esfera pública es un fenómeno mundial, que ya se había visto Estados Unidos, o en Brasil, cuando el presidente Jair Bolsonaro, afirmaba que “este tipo de gente tiene que ser erradicada de la sociedad”, hablando de Los seguidores de Lula.

El peso electoral que alcanzaron algunos sectores políticos extremistas también influye. En otras palabras, la insatisfacción de la sociedad alimentó el crecimiento de la derecha política, de donde emergieron fenómenos de la talla de Milei.

Otro aspecto que influyó fue la globalización del sistema capitalista neoliberal que es la cuna de la insatisfacción ciudadana, la pérdida de derechos, la incertidumbre económica y la desigualdad crean un ambiente permeable a la búsqueda de soluciones fáciles y también de chivos expiatorios, la identificación del supuesto culpable como la casta política o los planeros, este es un discurso más que sencillo de instalar. Lo cierto, es que todos estos hechos son una bomba del tiempo.

La desigualdad crea un ambiente permeable a la búsqueda de soluciones fáciles y también de chivos expiatorios, la identificación del supuesto culpable como la casta política o los planeros, es un recurso mucho más sencillo de instalar.

Pero de qué hablamos cuando exponemos la gravedad de la difusión de “discursos de odio”. Aquí, una breve reseña que nos hará pensar. La definición nos llega de la Organización de Naciones Unidas, para la cual se entiende por discurso de odio a todos aquellos discursos pronunciados en la esfera pública -y aquí incorporamos la esfera digital, las redes sociales- que busquen incitar, legitimar o promover formas de discriminación o violencia hacia una persona o grupo de personas en función de su pertenencia a colectivos raciales, de género, políticos, étnicos, etcétera. Lo que consideramos es que la generalización de este tipo de discurso puede crear un clima de intolerancia cultural y política, que puede traducirse en forma de acción violenta directa o, inclusive alerta la ONU, en ciertos modos de incitación al genocidio.

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