El conflicto social irrumpe en una escena política convulsionada

OPINIÓN. El conflicto en la industria neumática y las tomas de escuelas dan cuenta de que el clima social está empezando a sentir los efectos del aire enrarecido de la política y la economía.


Conflictividad social y puja distributiva, dos circunstancias conocidas por los argentinos pero que no eran, hasta hace pocos días, protagonistas de las preocupaciones más urgentes de la política ni de la sociedad, se abrieron paso a las primeras planas, añadiendo una nueva capa de complejidad a una situación inestable. Es hora de empezar a mirar al problema desde arriba: el conflicto en la industria neumática dice muchas cosas sobre el país pero grita más fuerte acerca de la imposibilidad del gobierno de lograr efectividades conducentes a través de un supuesto diálogo que no es más la mímica de esa cosa. Una puesta en escena que, para evitar que nadie se salga del guión, cada vez tiene menos actores sobre el escenario.

El amague de ruptura en la conducción de la CGT es un augurio que puede predecir el futuro del Frente de Todos si no se comprenden y se corrigen las causas que hicieron implosionar la unidad cegetista cuando apenas cumplía su primer año. Otras salidas resonantes se cocieron por estas horas; algunas en gremios con peso específico por historia y por actualidad. Quedaron en pausa. El malestar de los sectores del oficialismo vinculados a movimientos sociales y a la economía informal, que se referencian en Juan Grabois, sólo se postergó por otras urgencias a partir del atentado contra Cristina Fernández de Kirchner. Las defecciones de dirigentes no deben preocupar excepto que tengan correlato en las bases. Las últimas elecciones dieron cuenta de que eso ya está sucediendo.

El peronismo corre el riesgo de convertirse en lo único que no se puede permitir: un partido político a espaldas de su pueblo e insensible respecto a los tiempos que corren, sin iniciativa, sin identidad, posibilista no por necesidades tácticas sino por decisión estratégica. Conservador en el peor sentido posible, como esta CGT, que no le sirve a nadie y menos que a nadie, a Alberto Fernández. No es la columna vertebral de su gobierno sino un ancla que posterga desde hace meses las medidas necesarias para recomponer los ingresos de la población. El presidente ha dicho en reiteradas ocasiones que hará lo necesario para sostener la unidad del Frente de Todos. Eso y atar su suerte a la burocracia sindical pronto se manifestará incompatible.

El crecimiento de la izquierda en gremios históricamente conducidos por distintas vertientes del peronismo es parte del mismo fenómeno de alienación de este gobierno con su base social y agrega una cuota de incertidumbre al escenario. Las vías de negociación tradicionales encuentran nuevos obstáculos. El ministro de Trabajo, que no pudo encauzar el conflicto en la industria del neumático después de 35 reuniones, no encuentra la lapicera ni para firmar su renuncia. Confunde diálogo con chamuyo, un problema recurrente en buena parte del funcionariado. Si el rol va a limitarse a poner el café y las sillas, la combinación entre precariedad del poder adquisitivo e intransigencia empresarial sólo va a generar, como resultado, más conflicto.

El conflicto es el pasto del que se alimentan las bestias antisistema, que en la Argentina tienen la particularidad de haber encarnado en dos figuras que nacieron, se criaron y crecieron amparados por la teta del Estado y los focos de la casta política: Mauricio Macri y Patricia Bullrich. Depositarios últimos del voto gorila, ese clasismo cerril que recorre la historia de la derecha antidemocrática en este país, las dos figuras más potentes de la oposición coinciden en apostar a que este gobierno tenga un final trágico que deslegitime para siempre al peronismo, como los radicales en 2001, y los redima a ellos del tendal que dejaron en su paso por Casa Rosada. Ya no reparan en las virtudes del diálogo sino que se muestran como son: implacables. Dan notas para avisar que van a volver peores.

El oficialismo no da la batalla en los bolsillos pero tampoco en el sentido común. En los medios masivos se normalizaron los lockouts patronales pero cada medida de fuerza de trabajadores recibe un repudio que muchas veces llega a la amenaza del uso de la fuerza, incluso “bala”, como propuso hace pocos días el diputado José Luis Espert. El jefe de gobierno Horacio Rodríguez Larreta y la ministra Soledad Acuña hacen campaña embanderándose con la educación en términos dictados por focus group pero los chicos pierden horas de clase para ir a lavar platos gratis en un hotel de lujo por el programa de pasantías oficial. ¿No hay nadie en el gobierno dispuesto a dar ese debate? Todos los días se paga costo político por ese silencio, una sangría lenta pero letal.

Al crecimiento de la ultraderecha no se lo detiene con leyes que regulen los discursos ni las redes sociales, sino dando respuesta a las necesidades y urgencias del pueblo, ordenando la economía con la gente adentro y proyectando hacia el futuro un país del que todos puedan sentirse parte. Cada trabajador que no llega a fin de mes a pesar de dedicarle su vida a un empleo mal pagado, cada pibe que encuentra bloqueadas todas las pantallas, cada PyME que queda en el camino por una curva mal agarrada por el funcionario de turno es un paso más en ese sentido. Si el peronismo ya no los representa ellos van a buscar lo que siempre buscaron pero en otro lado. Por supuesto, no lo van a encontrar. Pero para cuando se den cuenta, una vez más, ya va a ser demasiado tarde. (Destape web)

También te puede interesar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *