En el marco de un aniversario más a la Memoria de los jóvenes ex combatientes caídos en la guerra por Malvinas, el escritor Antonio Gutiérrez, dedicó unas palabras de su “Libro de las Generaciones”, el poema denominado “2 de abril”.
En entrevista para el programa Convicciones Políticas, que conduce Roberto Chuchuy, en FM La Cigarra, 96.7 Mhz, el poeta se refirió al doloroso hecho que atraviesa la historia de la Argentina. “Los chicos fueron grandes héroes”, afirmó.
Gutiérrez sostuvo que pese a que la causa fue “justa”, la dictadura dominante en aquel entonces “embaucó al país en una guerra absurda, sin ninguna posibilidad de obtener una victoria. Creyeron que Estados Unidos se iba a poner en contra de su primer socio comercial histórico y a favor de nosotros en la Guerra”, señaló.
En este sentido Gutiérrez afirmó que el único objetivo de los comandantes del ejército fue “levantar la imagen de una dictadura caída, con graves internas y conflictos internos” y que la consecuencia del devastador acontecimiento centenares de soldados sobrevivientes se quitaron la vida por los fuertes traumas que la guerra les dejó.
ANTONIO RAMÓN GUTIÉRREZ es Escritor, psicólogo, psicoanalista, ex profesor de la Carrera de Psicología de la Universidad Católica de Salta, actual profesor Emérito en dicha Universidad, ex docente del CID Salta del Instituto Oscar Masotta. Publicó libros de poesía, narrativa y ensayo psicoanalítico.
(Sus libros más recientes son: “Hoy que he vuelto del exilio” (2020) (novela que hoy presentamos); “Reflexiones sobre psicoanálisis y política” (ensayo 2019); “Orquesta típica”, (poesía 2018); “Neoliberalismo y caída de los límites” (ensayo 2017).
Recibió numerosos premios por su actividad literaria. Su obra figura en importantes antologías nacionales.
Escuchá aquí el audio completo de la entrevista:
El Poema:
2 DE ABRIL
Y los soldados partieron
cantando hacia la guerra,
siempre los soldados parten
cantando hacia la guerra
porque la guerra al principio
no es más que una temida palabra
que sólo puede nombrar balas futuras,
bombas que aún no han estallado.
Ninguna palabra estalla con anticipación
ni arranca un brazo en pretérito,
los estruendos suceden en presente,
en el instante puntual y exacto
que ya no puede escribirse.
La multitud en las calles
los vivaba a su paso hacia la muerte
mientras se golpeaba el pecho ahuecado
con el patriotismo abstracto en alto.
Los subieron a un avión bramante
y los dejaron en medio de unos campos
donde fueron recibidos por el frío
y el viento, implacables anfitriones.
Los soldados llevaban dos chocolatines
en el bolsillo agujereado y un arma oxidada
a la que nunca habían gatillado,
quizá alguna granada madura por si acaso.
«Que vengan los ingleses, les daremos batalla»
vociferaba en los vidrios de los televisores
un General excedido en alcohol y absurdo.
«Que vengan, los estamos esperando»
gritaba un locutor no menos absurdo.
Pero parece que la cosa iba en serio
y que no se estaba ante un simulacro.
Lo demás ya es historia demasiado conocida,
los soldados casi niños abandonados
al núcleo, sus cuerpos en la nieve,
los moribundos pidiendo por sus madres,
la guerra que dejó de ser una palabra
y fue un tiempo de fuego en lo real,
las piernas amputadas caminando solitarias,
una mano muerta que aún proseguía
escribiendo una carta para nadie,
un cadáver arrojando una granada
mientras que en el continente la gente
se apuraba para ver un film de Porcel y Olmedo
ya desentendida de unos olvidados soldados
que una mañana de abril partieron
cantando hacia la palabra guerra.
(De mi libro: Libro de las generaciones)