El otro día Leopoldo Moreau dijo: “Estamos en una instancia de ser patria o ser colonia”. La patria es la tierra de la esperanza. La colonia es la cuna del desprecio.
Y ahora no podemos hacer otra cosa, que tratar de entender el fenómeno de Milei.
Y también un sector que comienza una corriente de opinión, para dejar de nombrarlo, porque hay temor de que se convierta en un fetiche.
Ya Milei es un fetiche un amuleto y es mejor aceptarlo, porque la pregunta que tenemos que hacernos mientras analizamos a este fetiche, es cómo hacemos, para que los que no votaron entiendan que hay una voluntad política contundente de transformar esta realidad y dar las peleas necesarias.
Pero nada impide analizar esta sorpresa, que es tan profunda y que traspasa lo ideológico
Somos nosotros en nuestros cuerpos los amenazados, y este desconcierto nos interpela tanto, que nos hemos quedado estáticos en el escalofrío del resultado de las PASO.
La ultraderecha argentina, con el apoyo de los medios del palo, viene a arrasar con una gama de emocionalidad positiva en los sectores populares, especialmente, pero lo extiende a toda la sociedad.
Pero entendamos, que es lo opuesto a la felicidad popular, que está compuesta por millones de bienestares individuales que se refuerzan recíprocamente.
Esa es la sinfonía de un sentimiento. Lo que propone la ultraderecha es otra gama, la emocionalidad de la revancha, del placer de la ira, de crueldad. La disfonía.
Tras el último resultado de las elecciones, por primera vez experimentamos un extraño pensamiento político, con la pregunta recurrente:
¿Cómo se puede castigar a alguien castigándose?
Es que la ultraderecha lleva en sí el trauma, el lenguaje emocional de toda ultraderecha que suprime la ternura, por el desprecio.
El volumen enorme de los descartados del sistema fue convertido en sujeto político, porque aunque deteste la política la está haciendo. Porque eso es el núcleo de la mano de obra de la ultraderecha: los descartados. Los vulnerables.
Sus jerarcas en cambio viven muy bien.
Como fuere, global y localmente, en las grandes crisis económicas, hay gente que sufre y se alivia haciendo sufrir a otros, es la trastienda subjetiva.
El núcleo emocional del totalitarismo fue Bolsonaro, que con Milei son identicos. Ambos cumplen con el requisito de ser toscos ventiladores y direccionadores de la ira.
Acá se lo elogia en televisión, porque cuando recibe un regalo se le llenan los ojos de lágrimas falsamente- La televisión, como soporte, de Milei, con sus gritos, sus desmanes, que en sí misma es un multiplicador general de sentido -es decir que no asumió su responsabilidad social y nunca lo hará- y analiza a Milei en sus fases inhumanas , que son las que forman parte de su coronación como outsider, aunque no lo es.
La ultraderecha lo instala a Miley como un tipo fuera del sistema- Pero el outsider es un insider a más no poder, en su nueva y máxima expresión de un anarcocapitalismo financiero del que hace muchos años hablaba Cristina en el G20, demostrando la cualidad de saber leer hacia adelante, cosa que el PJ nacional sigue sin reconocerle para desgracia del pueblo argentino .
Milei fue parido y alimentado por los circuitos profundos del poder real, por sus propias bestias, por los alocados y desequilibrados, en algunos casos son el resabio de las dictaduras militares.
De lo único que es outsider es de la política, no del sistema. Milei es el sistema. Es la desnacionalización, la destrucción de todo tejido social, el sepulturero de la justicia social.
Como Macri iba a hacer pero no pudo, “ Es lo de siempre, lo más viejo del mundo, la dominación, como pretendía hacer Adolf Hittler
Es la derecha y ultraderecha de construir un mundo distinto después del sistema en el mundo pospandémico y en guerra, rusia ucrania, con millones de desesperados en trauma, con inflación, con un dólar decadente y gobiernos incapaces de imponer políticas populares.
Y sin embargo nos temen tanto que sacaron del juego a Cristina, que compraron a jueces y fiscales en todo el país, que son peones de embajadas extranjeras porque solos no pueden, y que no abandonan la idea de eliminarnos electoral, política o físicamente, como casi lo hacen con Cristina y Capucetti, la va sacando baratísima.
Que estalle, el sistema quiere que estalle, que vuele todo por los aires, para comprar el mundo. El sistema quiere privatizar el mundo. Loteárselo entre ellos. Como Lewis que tiene los privilegios de la Patagonia, pero al por mayor.
Quiere desnacionalizar el mundo, para que así como Milei dice que se pueden privatizar las calles, se puedan privatizar las rutas, las aduanas, las fronteras, todo lo que pueda suponer algún control. Esa es la libertad que avanza: la de comprarnos a todos como parte del fondo de comercio.
Sin embargo, haríamos mal, creo, en suponer que los que lo votaron forman parte de un complot. Sería una insensatez atroz de lectura. Ellos también hicieron síntoma. Y es que primero con Macri y después con este gobierno de Alberto que tenía que hacer lo contrario, la política los dejó a su suerte.
Este gobierno, que asumió ya atrozmente condicionado por un préstamo ilegítimo en tanto fue político, y cuyos costos aceptó con un grado de naturalización insólito, defraudó.
Porque la ilusión o la desesperanza están siempre vinculadas a las expectativas. Defraudar expectativas se paga muy caro.
El proceso desde abajo ya empezó. Ya comenzaron las asambleas feministas, para organizar el rechazo a una pesadilla que hace de la supremacía masculina una parte constitutiva, como en todos los siglos y en todas las latitudes: uno de los pilares del poder patriarcal es el tabú del deseo femenino. Las ultraderechas son restauradoras de los valores conservadoras de todos los tiempos, por eso nunca resultaron nada novedoso salvo en las aberraciones que se les ocurrieron. Su cultura se basa en hacer de un pueblo una turba.