Perón, el viaje que saldo la deuda, con Alfredo Stroessner

Los últimos 100 días de Perón: el viaje que no debió haber hecho y marcó el principio del fin

Entre los recuerdos que el cardiólogo Carlos Seara atesoro de su viaje a Paraguay con Juan Domingo Perón, el último del general antes de morir, está el de una Biblia que un custodio le mostró cuando volaban en helicóptero y que tenía una sorpresa en el interior. Era un fachada de Dios, aunque la sorpresa quizá no era tanta, tomando en cuenta el contexto.

Sin embargo, por la forma en que lo cuenta el médico, lo más impactante fue lo que sucedió un rato más tarde a bordo del barreminas Neuquén, el buque de guerra que llevaba al general y su comitiva hacia Asunción. Tan fuerte, que al médico y al propio Perón los dejó en silencio.

Seara era muy joven, apenas tenía 29 años, y fue el único integrante de la guardia permanente de Perón que lo acompañó en ese viaje. En el libro Perón: Testimonios médicos y vivencias, narró los interrogantes que lo asaltaron en aquel momento sobre los riesgos del periplo al que se iba a someter a un hombre con su salud al límite.
“Yo vuelvo a recordar lo que pensé en aquel momento. Si se quiere hacer viajar al Paraguay a alguien que tiene 78 año debió ser: Aeroparque, avión, Asunción del Paraguay, a tres metros de la puerta del avión, en Asunción, un auto con calefacción, y de allí al hotel Guaraní, que era el destino final”, escribió.

Pero no ocurrió de esa manera. El custodio va relatando al detalle cómo fue la sucesión de hechos a lo largo de aquel 6 de junio de 1974, el del último viaje de Perón, el que no debió haber hecho.
EN Formosa, mucho frío y lloviznaba. Perón estuvo expuesto casi media hora a las contingencias del clima, porque debió pasar revista a las tropas. “De allí, para mi sorpresa, subimos en dos helicópteros,cuenta Seara.

El buque no estaba preparado para llevar civiles: iban todos apretados. Durante esa navegación de una hora, el médico de guardia de Perón presenció unas escenas que guardó para siempre. En el talud de la ribera del río Paraguay, una verdadera masa humana esperaba al general argentino.

“Yo estaba mirando, cuando aparece Perón solo, se para al lado mío y empieza a mirar a la gente. Eran paraguayos, argentinos, la verdad es que no lo sé, pero era un espectáculo de masas escalofriante que abarcó aproximadamente tres kilómetros.

Discursos bajo el frío y la llovinza
El discurso de su anfitrión, el dictador Alfredo Stroessner fue interminable y se desarrolló bajo la llovizna, con unos tres grados de temperatura. A su turno, Perón fue más breve, pero el tono fue épico: “Acuden a mi espíritu las imágenes de mi viaje de 1954, cuando llegué como portador de las reliquias que mi Patria ofrecía al Panteón de los Héroes paraguayos (…). Esa evocación va unida al homenaje que el pueblo argentino testimonió, por mi intermedio, a una de las mayores figuras de vuestra historia, el mariscal Francisco Solano López, cuyo nombre sagrado es reverenciado también por los argentinos”.

La travesía de Perón al país vecino era muy importante para él. Obró como una prueba el agradecimiento a Stroessner, que le había dado asilo político después del derrocamiento de 1955, 19 años antes. En la recepción de gala en Asunción el propio general argentino resaltó su “deuda de gratitud”.
Ese día a Perón lo condecoraron con el Collar Mariscal Francisco Solano López, el presidente de Paraguay durante la Guerra de la Triiple Alianza. “La política internacional argentina se orienta hacia la integración de los pueblos y las naciones de América. Las uniones regionales y continentales facilitan el progreso económico y el bienestar de los pueblos, y promueven la paz entre las naciones”, dijo el general argentino, que ese día visitó el Palacio Legislativo y la Corte Suprema de Justicia.

Aquel 6 de junio, a la tarde, Perón fue hasta un cementerio para visitar la tumba de un amigo, Rigoberto Caballero, dirigente del Partido Colorado que lo había alojado en su casa de Villarrica en los tiempos del exilio. Después empezó la preparación para la recepción de gala, con todos los participantes de frac, en el aristocrático Palacio López.

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Seara no se despegaba de Perón: debía actuar enseguida si pasaba lo que podía pasar, o mejor dicho, en algún momento iba a pasar, y de hecho empezó a suceder pocos días después.

Contó en su libro: “Cuando volvimos de la recepción, si yo, que jugaba al fútbol dos veces por semana y tenía 29 años, estaba exhausto, no puedo imaginar cómo estaría Perón. Pensé que quizá la tensión fuera la razón de mi excesivo cansancio, pero parece imposible que todo esto, el frío, la duración del viaje, la exposición a la llovizna, etc., no le haya hecho mal. Creo que los acontecimientos posteriores demostraron que este viaje fue altamente perjudicial”. Esa noche, el médico durmió en la habitación al lado de la de Perón, con la puerta entreabierta.

Aquel viaje que Perón nunca debió haber hecho se dio en el medio de una fuerte agenda de actividades que el general llevó adelante hasta que no tuvo otra opción que el reposo absoluto. Dos días antes, había recibido en la Casa Rosada al expresidente Arturo Frondizi, para analizar la marcha del gobierno.

De nuevo en Buenos Aires, el 8 de junio, Perón recibió al líder radical Ricardo Balbín, también en la Casa Rosada. El 10, inauguró la reunión de cancilleres de la Cuenca del Plata. Y el 11 de recibió a Monseñor Raúl Primatesta para transmitirle un mensaje de unión.

Apenas dos días después, llegaría el último baño de masas en Argentina, y esta vez, sí, la despedida

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