Doña Catalina Peña, de 87 años, devota de San Antonio, había organizado un almuerzo familiar que incluía a algunos vecinos, de un modo muy acorde a la fe católica. Frente a un altar lleno de medallitas, flores y otros adornos religiosos, su voz temblorosa se hizo oír:
«A Jesús, que es nuestro gran jefe del cielo. Después de Dios está él. Y a él le pedimos todo».
Esto se hizo el 13 de junio en un rancho del paraje El Algarrobal, aledaño a 9 de Julio, un poblado de 2.200 habitantes a casi 170 kilómetros de la capital correntina. Su nieto, el niño Loan Danilo Peña, de cinco años, miraba con curiosidad.
Poco después, a Loan se lo tragó un secreto que aún no salió a la luz, sin que en ello interviniera alguien ajeno a esa comilona. A partir de entonces, en el plano mediático, este misterio opacó a otras tragedias del presente. Sin embargo, la pesquisa no arrojó resultados.
La desconfianza
Fue durante la mañana del 29 de junio –a 16 días de la desaparición de Loan– cuando al gobernador de Corrientes, Gustavo Valdés, le bastó una frase, estampada en su cuenta de X (antes Twitter), para agregar una llamarada al incendio: «Se ha dado un gran paso en la resolución del caso».
Se refería al embuste recitado, entre gallos y medianoche, ante un fiscal provincial (estando el expediente ya en manos del fuero federal), por Laudelina Peña, tía y madrina de la víctima, acerca de un accidente vial que le habría costado la vida a Loan y su inmediato ocultamiento por parte del marino Pérez y su esposa, la funcionaria Caillava (ambos ahora presos, porque una pericia con perros detectó el olor de Loan en su camioneta).
Aquella versión deslumbró a la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, quien, apenas unas horas después, se dejó caer nuevamente en Corrientes con el propósito de proveer aparatos «para peritar –según sus dichos– las panzas de pumas y yacarés». Es que ella desconfía hasta de la fauna.
Mientras tanto, se anunciaba con bombos y platillos el arribo del célebre abogado Fernando Burlando, quien, al adquirir esta trama un voltaje acorde a su angurria protagónica, se ofreció –de manera gratuita– a ser el representante legal de la familia del chico. Una tarea difícil, puesto que todos sus integrantes desconfían entre sí.
Pues bien, una semana después –a 24 días de la desaparición de Loan–, la buena de Laudelina llegaba con prisión preventiva a la cárcel bonaerense de Ezeiza, dándose por hecho que ella había sido una de las sustractoras. Pero aún nada se sabe sobre el paradero del niño.
Canas verdes
Lo cierto es que 9 de Julio poseía su propio sheriff: el comisario Walter Maciel. Ya se sabe que fue el primero en conducir la investigación del caso. Nadie entonces imaginaba que ese hombre terminaría tras las rejas por «encubrimiento» (había «plantado» una prueba en un sitio de rastrillaje). En realidad, el comisario tenía mala fama: apretador y violador.
Después de una violación a una agente de su comisaría, Maciel fue rápidamente trasladado a 9 de Julio, lo que en la jerga policial se denomina «destino de protección». En fin, una metáfora de la Argentina profunda.
La caldera del diablo
No es la primera vez que el gobernador correntino (un radical aliado al régimen libertario) se las ve en figurillas. Fue en septiembre de 2020 cuando varias mujeres acusaron a su asesor de cabecera, el entonces diputado Manuel Antonio Sussini, por «privación de la libertad» y «abuso sexual con acceso carnal». De inmediato, Valdés salió en su defensa: «Pongo las manos en el fuego por Manolo», fueron sus palabras.
Hubo entonces quienes deslizaron rumores sobre la amistad de Torraca con Valdés, algo que este último negó con exagerada vehemencia. Ahora se las tiene que ver con el caso Loan, una historia atascada en el purgatorio de la impunidad.