Editorial: El payaso del último libertario

Por Roberto Chuchuy

La historia de los Reyes Malditos, en la obra de Maurice Druon, también definía la vida del palacio de Francia en el siglo XIV: sus vicios, los amores, las infidelidades y la glotonería. Pero lo central era el poder; el poder pasaba por el palacio, mientras que la plebe, como hoy, vivía en la miseria y cada día peor.

En la vida lujuriosa del poder, siempre había un enano o un payaso que hacía de bufón del rey y divertía al séquito. Por supuesto, una vez todos embriagados, el bufón se reía de ellos y terminaba acostado con alguna señora embriagada por el poder. Para el enano bufón, su objetivo político era hacer el ridículo, aunque hiciera reír al círculo de obsecuentes y opinadores del poder.

Hoy, estos personajes que integran la runfla de la ultraderecha a nivel internacional, como Javier Milei, tienen algo de bufón y payaso. Aunque no es enano, sí lo es mentalmente. Un enano resentido por sus gestos irreverentes y provocativos, el uso de la burla permanente como recurso que intenta romper los códigos morales y gestuales de la política tradicional, entre otros recursos.

Es el caso de cómicos del poder derechista como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Silvio Berlusconi. El diccionario dice que «el bufón es toda aquella persona que hace reír con su genio, sus gracias o sus desgracias». Milei se autopercibe de esa manera, es decir, se cree gracioso. Por eso inventa apodos como «Lali Depósito» a Horacio Rodríguez Larreta, lo llamó «Harry el Sucio Larreta»; a la Coalición Cívica, «Coalición Cínica»; a La Cámpora, «La Camporonga»; o a Juntos por el Cambio, «Juntos por el Cargo». Y lo festeja como si fuera «el último grito» en materia de humor y audacia para una estética del mal gusto.

Recientemente llamó «libertarados» a los economistas que comparten gran parte de su universo de ideas (Carlos Melconian, Ricardo López Murphy), pero que marcan las fuertes inconsistencias que tiene el plan de Milei y otra parte del poder derechista que se disputan. Todo esto funcionó en la campaña electoral, pero no necesariamente funciona en el ejercicio del Gobierno. El enano-bufón puede empezar a hacer reír menos por sus gracias que por sus desgracias.

¿Cuáles son esas desgracias? La economía. Venimos de semanas de turbulencias financieras en un contexto de catástrofe en la economía real. La conferencia de prensa del viernes pasado de Luis «Toto» Caputo generó más incertidumbre y un efecto adverso en «los mercados», es decir, entre los grandes jugadores de la timba financiera. Aumentaron los dólares paralelos; cayeron las acciones y bonos argentinos y todo parece siempre al borde de derrumbarse como un castillo de naipes.

Apareció un recurso típico: «problemas de comunicación». Eso dijeron de la conferencia de Caputo y Bausili (Banco Central), que no supieron «comunicar bien». Pero la verdad era transferir su deuda del BCRA al Tesoro, lo que en los hechos podría entenderse como un problema de fondo: la escasez de dólares que toda la licuación de estos meses no logró solucionar y la aprobación de la Ley de Bases tampoco logrará garantizar en lo inmediato. Esto generó desconfianza en los famosos inversores que el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones debería atraer, y en los hechos va contra la letra y el espíritu del RIGI. En ese laberinto está encerrado el payaso del palacio.

En el tema económico, lo concreto es, como escribió el periodista Marcelo Falak, que estamos frente a un plan económico basado en «un ajuste ciertamente inequitativo, aparentemente insustentable y probablemente inútil». Todo este entuerto repercute políticamente: Mauricio Macri dice que «hay más interrogantes que certezas», entre muchas otras cosas críticas más o menos veladas, y con un tuit, Macri le reclama a Milei fondos que presuntamente se le deben a la Ciudad de Buenos Aires. Finalmente, con la interna feroz en el PRO que dividió a los seguidores de Patricia Bullrich y a los de Macri, volvió a operar fuertemente en el partido para intentar evitar la subordinación total a Milei.

El «Pacto de Mayo» que se firmaría el lunes lograría la rúbrica de gobernadores como el catamarqueño Raúl Jalil, el tucumano Osvaldo Jaldo o Gustavo Sáenz, de nuestra provincia. Más que una adhesión política, es un tema de «caja». La realidad es que el payaso se sostiene menos por la gracia propia que por los favores ajenos. Los favores de los oficialistas de todos los gobiernos que creen estar ayudando a un estadista que entiende la música de la época y quizá se terminen dando cuenta de que están sosteniendo al último libertario.

Finalmente, el pacto de Güemes suena como una vergüenza a la conducta patriótica del general Güemes, jalonada de heroísmo defendiendo la patria desde el norte argentino. Un acto o un acuerdo es un hecho entre dos personas o dos entidades ciudadanas. Pero Milei dijo que todos los gobernadores son coimeros, y juntos a los legisladores son un nido de ratas. Cabe sorprenderse de la sumisión al poder del presidente con obras que no sabemos si al final se van a cumplir. Pero el gobernador ya entregó los tres diputados nacionales que él puso en la lista electoral, pero que eligió el pueblo salteño para ser oposición de este desquiciado presidente, en aras de promesas de obra pública que no se pudieron cumplir después del triunfo de Javier Milei.

Es cierto que la provincia necesita de la obra pública para que los amigos empresarios se llenen de guita, pero así fuera, solo pido como un ciudadano más de Salta: primero, los trabajadores, que sean formales y no clandestinos; segundo, que los empresarios inviertan en políticas de desarrollo, como una simple fábrica de jugos de tomates, y no en la construcción de hoteles, con personal en negro.

Hasta la próxima- Roberto Chuchuy

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