Editorial | El mundo fue y será una porquería

Por Roberto Chuchuy

En varias editoriales, he  sostenido la anomia popular y la pasiva reacción de los argentinos frente a la grave situación social y económica de la sociedad. Con el golpe militar de 1976, la sociedad no reaccionaba porque el gobierno militar había instalado el miedo. El miedo a los secuestros, a las torturas, a los fusilamientos y a la desaparición de jóvenes estudiantes, madres embarazadas, y más.

Y hoy, ¿qué pasa que no se reacciona? ¿Qué pasa que no se sale? No parece haber elementos suficientes para determinar, en lo conceptual, si este pueblo hoy en día está adormecido, si esta sociedad está adormecida.

No se cuenta con elementos para juzgarlo. Pero, sin duda, muchos coincidirían en que no se puede generalizar a toda la sociedad, ni afirmar que, en realidad, existe una sociedad fragmentada, no sólo desde el posicionamiento político, sino también desde la realidad económica, y en la forma en que transcurre su vida bajo este gobierno.

Cabe hacer un paréntesis: después del golpe del 55 y del 76, existía una sociedad de trabajadores y estudiantes que salieron a luchar, con movilizaciones, reuniones clandestinas; había una necesidad de cambiar.

Pero hoy muchos trabajadores tienen miedo, y a los jóvenes les han lavado la cabeza con las redes sociales.

Es verdad que una porción de la sociedad está adormecida, pero surge la pregunta: ¿quién la adormece?

Por supuesto, hay terceros que trabajan en sedar, en adormecer, y esos son los medios hegemónicos nacionales y provinciales. También se podría pensar que las personas mismas tratan cada noche de sedarse para descansar y enfrentar al día siguiente una realidad que es peor, muy dura, pero que, al no poder transformarla, al menos buscan estar tranquilas. Esta situación se agrava, entre otras cosas, por el rol de algunos medios, que suelen ser aquellos que responden a los intereses del poder, o peor aún, son parte de ese poder, y trabajan en construir una sociedad que permanezca quieta, alejada de la política, en la creencia de que para cambiar la realidad solo es necesario votar. Y nada más que eso, simplemente votar y esperar los procesos electorales.

Cada dos años el poder legislativo, cada cuatro el poder ejecutivo, y si hay posibilidad de algún cambio, será a través de las elecciones.

Sin embargo, las sociedades deben librar batallas que son mucho más importantes que las que se pueden ganar simplemente con un voto en una elección.

Una de ellas es desviar la agenda, para que todos estén discutiendo un hecho determinado, que por supuesto puede ser importante, pero que haga perder de vista lo más urgente, lo necesario, lo inmediato. También se refuerza esa lógica de «no te metas en política, no discutas, porque todos los políticos son iguales, toda la dirigencia política es igual y nada va a cambiar».

Pero también existe otra porción de la sociedad que está adormecida porque está abatida, abatida por las frustraciones vividas durante el gobierno de Mauricio Macri, durante el gobierno de Alberto Fernández, y que va acumulando frustración, a tal punto que ya está harta, y apenas tiene tiempo de pensar en cómo llegar a fin de mes, cómo pagar las tarifas, cómo costear un medicamento, sin tener la capacidad de dar otro tipo de discusiones. Y surge la pregunta de por qué se llegó a esta situación. Sin duda, la sociedad ha cambiado.

Esta sociedad, aunque no todos, es mucho más tolerante que antes. Tolerante con la desigualdad, con aceptar ese relato que dice: «bueno, hay que hacer el esfuerzo, y si hacemos este ajuste, vamos a estar bien, y no hay otra opción, había que terminar con la fiesta».

Pero este cambio es interesante. ¿Por qué es interesante? Porque habla de que existe otra sociedad que empieza a tener otra mirada, lo que no significa que esa mirada sea mejor. En este caso, claramente no lo es. Ahora, al observar la realidad económica, surge la pregunta de por qué la gente no reacciona, como lo hizo el 19 y 20 de diciembre de 2001. La gente saldrá a la calle, romperá todo, habrá saqueos, como ocurrió durante el gobierno de Alfonsín, y todo esto golpeará duramente y desestabilizará al gobierno de turno, como sucedió con Alfonsín y con De la Rúa, aunque existan muchos elementos que los diferencien.

Pero en ese entonces no había una sociedad que se había amalgamado y organizado para poner fin a un gobierno. No, se trataba de una sociedad que se amontonó con reclamos distintos y ahí se puso un límite. Esa sociedad no es la de hoy, porque esa sociedad tuvo una resultante positiva cuando apareció la conducción política de esa reacción, que fue Néstor Kirchner, porque en el medio ocurrieron los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, lo que terminó con la posibilidad de que Duhalde fuera candidato y presidente electo, dado que había asumido por una cuestión de ordenamiento constitucional.

Y aparece Néstor Kirchner, quien entiende claramente la necesidad de ese pueblo, que lee con precisión a la sociedad frente a la que estaba, y decide construir una transversalidad política, pero con un horizonte claro.

Aparece la conducción política, y esa conducción logra canalizar las angustias, las broncas, la desesperanza, la antipolítica, y las transforma en todo lo contrario a partir de la gestión política. Pero hoy no está Néstor Kirchner.

Y algunos dirán, ¿está Cristina Kirchner? Sí, pero la intentaron matar y como sociedad no se ha conseguido descubrir quiénes mandaron matarla. Y existe un peronismo con internas como toda la vida, tambaleante. Y una izquierda que siempre se posiciona en un rincón histórico, pero que quizás le falta dar ese paso para ejercer más poder en algunos sectores más articulados.

¿Hay un pueblo que carece de horizonte? También. ¿Hay un pueblo que sigue enojado? Sí. ¿Hay un pueblo que está desesperado, que se desangra, y que no tiene ni siquiera ganas de pensar en cómo enfrentarse a un gobierno?

Estamos frente a una sociedad distinta, tal vez, pero habrá matices en los que cada persona se sienta parte de un pueblo. Existe una juventud que entiende que hoy la disputa política es contra la política.

Los que están despiertos deberán levantar a los adormecidos, los que están sedados voluntariamente deberán dejar de hacerlo. Somos un manojo de ideas, y es necesario pensar un poco en este presente.

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