Viernes Scardulla aseguró haber hallado el Santo Grial de la historia argentina: la perdida fortuna del virrey Sobremonte. Relató que había rescatado unos cofres del Arroyo Las Garzas en Pergamino, los había llevado al Senado de la Nación, y allí lo engañaron. Esta es la verdad de la historia que fue tapa de todos los diarios y mantuvo en vilo a la sociedad.
El hallazgo era fenomenal: el Santo Grial de la historia argentina, el Tesoro de Sobremonte, 100 kilos de oro y 33 de piedras preciosas. Viernes Scardulla tenía entre manos una gran historia y una fortuna que le permitiría vivir tranquilo en adelante. Pero había sido engañado.
La versión que Viernes Scardulla contó tenía algunos agujeros, pero los policías le creyeron. La historia se puede resumir así: tres años atrás, en el lecho del Arroyo Las Garzas en Pergamino, encontró unos cofres. Pero no podía abrirlos. Las medidas de seguridad originales y el paso del tiempo los habían vuelto herméticos e impenetrables.
Estaba convencido de que eran de valor, pues pesaban mucho. Alguien le dijo que podía ser el tesoro del Virrey Sobremonte, aquel que, durante las Primeras Invasiones Inglesas, sacó de Buenos Aires. Lo que empezó como una posibilidad rápidamente se convirtió en certeza. Empezó a buscar ayuda; necesitaba que lo guiaran. Una de las cartas la envió al Senado de la Nación, y le respondieron ofreciéndole colaboración.
Viernes Scardulla viajó hasta la capital y fue al despacho de Roque Monti, un funcionario del Senado. Allí abrieron los cofres, vieron los lingotes, las monedas y las piedras preciosas, hicieron un breve inventario, firmaron un recibo y Scardulla se llevó 22.000 pesos a su hotel como viáticos y anticipo de lo que le tocaría, mientras los otros hacían los trámites del caso y lo comunicaban a las autoridades competentes.
Pero Viernes se quedó esperando un llamado que nunca llegó. Monti había escapado con el tesoro. Pasaron tres años de dilaciones, evasivas y silencios hasta que Scardulla decidió regresar a Buenos Aires para hacer la denuncia policial. Hay que insistir: esta es la versión que Scardulla brindó en su declaración policial, en su pedido de ayuda.
El Virrey Sobremonte, ante la Primera Invasión Inglesa, escapó con el tesoro de la ciudad para evitar que ni él ni los bienes cayeran en manos de los invasores.
La policía se puso en movimiento apenas recibió la denuncia. A los investigadores les llamó la atención la detallada descripción que Scardulla brindó del hombre que lo engañó, y las pistas que dio para que pudieran ubicarlo. Aunque supuestamente habían surgido en la charla que habían tenido en el Senado, eran extremadamente exhaustivas. Encontraron a Monti con demasiada facilidad. Aunque él negó llamarse Monti, de nada le sirvió. Fue detenido. En pocas horas, la policía supo que en realidad su nombre era Luis Valdivieso, un hombre con un largo prontuario y varias causas pendientes por estafa. Dos días después de su captura, Valdivieso se suicidó mientras permanecía detenido en el Departamento Central de Policía.
Los grandes diarios de la época, en especial Crítica, publicaron la historia de Viernes Scardulla, y el tesoro de Sobremonte fue tapa de los diarios durante varios días. El hallazgo era fenomenal. Scardulla se había convertido en un personaje popular. Daba testimonio, su foto aparecía en diarios y revistas. La gente sentía lástima por él, por su mala suerte. Con el correr de los días, Scardulla fue traicionado por su temperamento y su afán innato por sacar ventaja, volviéndose cada vez más locuaz con los periodistas y los investigadores.
A principios de la década del setenta, Alfredo Serra, en ese entonces en la Revista Gente, encontró a Viernes Scardulla en San Luis. Habían pasado más de 35 años, y el hombre volvió a narrar su historia.
Una misión policial viajó hacia Pergamino para inspeccionar la zona y obtener más testimonios. Fue en ese momento que la historia de Viernes empezó a resquebrajarse. Por un lado, varios historiadores afirmaron que de ninguna manera podían ser los cofres y baúles que Sobremonte se había llevado en su fuga apenas Buenos Aires fue invadida. Ese tesoro fue robado por los ingleses y llevado a Londres.
Ante esta eventualidad, Scardulla puso en práctica su plan B. Debía adjudicarle el tesoro a alguien más. En la zona de Pergamino tenía propiedades Pancho Sierra, famoso curandero, del que se decía tenía una fortuna incalculable. El tesoro de Sobremonte mutó en el botín de Pancho Sierra.
Pero lo peor para Scardulla vino poco después. La exposición pública hizo que muchos que lo conocían salieran a hablar de él y a contar a qué se dedicaba, recordando públicamente su pasado.
Viernes tenía varias ocupaciones simultáneas, ninguna de ellas honesta. Se hacía pasar por curandero, arreglaba carreras de caballos inventándoles antecedentes que no tenían y estimulándolos, era tahúr en pulperías y boliches decadentes y se especializaba en las variantes más sofisticadas del «Cuento del Tío».
El tesoro supuestamente encontrado constaba de tres pesados cofres que rebosaban de joyas, piedras preciosas, lingotes y monedas de oro.
No sólo aparecieron testimonios, sino que alguien en la policía hizo lo que otro tendría que haber hecho antes: fue a buscar su prontuario. Viernes había sido cómplice de la banda de «El Pibe Cabeza» y lo habían detenido por ese motivo. Sus antecedentes penales eran varios. El golpe final llegó cuando un hombre envió un mensaje al jefe de la policía: había un herrero de Venado Tuerto que tenía algo para contar. Un tiempo antes, Viernes Scardulla le había encargado que confeccionara unos cofres que aparentaran ser antiguos, los rellenara de hierros antiguos y que a dos de ellos los soldara para que no pudieran ser abiertos.
La noticia ocupó, de nuevo, la tapa de los diarios. Parecía caso cerrado, aunque Scardulla siguiera negando todo. No se necesitaban demasiadas pruebas más, pero la visita policial a Venado Tuerto eliminó cualquier tipo de dudas. Con el cuento del tesoro de Sobremonte y vendiendo parte de las ganancias futuras cuando se abriera, Viernes Scardulla le había sacado dinero a al menos cinco personas distintas por un valor superior a los cien mil pesos de ese momento, una pequeña fortuna. El ardid había sido sencillo. Scardulla tenía algunas pocas joyas fruto de sus robos con «El Pibe Cabeza» y las mostraba como si fueran parte de lo que Sobremonte se quiso llevar consigo. La gente estaba convencida de que su dinero se multiplicaría.
Cuando se demostró imposible que los cofres pertenecieran a Sobremonte, Scardulla recurrió al plan B. Dijo que debían ser de Pancho Sierra, famoso curandero, del que se decía que había amasado una fortuna y se movía por la zona del hallazgo.
Finalmente, Viernes Scardulla tuvo que confesar su engaño. Pasó a ser considerado como el mentiroso más grande del país. La policía lo detuvo de inmediato. Las causas en su contra se apilaban en los juzgados.
Viernes creyó que al difundir su mentira en Buenos Aires y nacionalizarla, se protegería de los reclamos de sus acreedores, de aquellos a quienes había tentado con el contenido de los cofres. Él no les iba a poder devolver el dinero porque había sido engañado. Estaba en los diarios.
La apuesta le salió mal. Pasó varios años preso.
Cuando fue descubierta la mentira de Viernes, la policía lo apresó. Tenía varias causas pendientes y otras tantas se agregaron. Eran muchos a los que había estafado.