La información en papel no va más, y con las redes antisociales tampoco

Por Roberto Chuchuy

¿Ya no se leen los diarios en papel? Es cierto. Pero sus portadas siguen marcando la agenda del resto de los medios y la conversación digital política. Respecto a la conversación digital, las menciones de temas políticos y económicos superan las 900 mil. Sin embargo, la negatividad está asociada a esta agenda que crece, también en el mundo virtual.

Los títulos mediáticos están relacionados con el dólar, el riesgo país, los bonos y el mercado. La fama de Luis Caputo se incrementa, pero su imagen positiva cae vertiginosamente. Esta descripción nos alerta sobre una máxima que sufrieron tanto Macri como Alberto: la agenda macroeconómica somete a los gobiernos.

Los mercados ya son parte de las noticias, y empresarios como Eurnekián o Paolo Rocca pierden la paciencia. El equipo de Gobierno sufre cambios con una absurda persistencia; el Congreso lo tiene en vilo con la posibilidad de anular el primer DNU, el aumento de fondos reservados en la flamante SIDE, la designación de jueces de la Corte, o impulsar aumentos jubilatorios. También se empezaron a mover los indicadores en la opinión pública: la estabilidad en la imagen de Milei se devalúa en una lenta pero constante baja.

El Gobierno ya ha sido escaneado, comprendido, y sus principales exponentes ya no son tan misteriosos. La fuerza de la expectativa y la esperanza va perdiendo su poder. Hay un indicador que los oficialismos que asumen en crisis observan con especial atención: el «índice de culpabilidad».

¿Quién tiene mayor responsabilidad en la situación económica actual? El enfoque en el gobierno anterior es clave. Es ahí donde se justifica el dolor y se mitigan los errores. La justicia, los medios y el trolleo en redes son armas básicas para sostener ese combate. Pero la realidad siempre está presente. Los indicadores ya registran un aumento en la responsabilidad que la opinión pública le atribuye a Milei sobre la economía actual.

Es natural, pero luego de 8 meses, empieza a quedar menos credibilidad en el equipo económico que conduce Caputo. Son movimientos a la baja, producto de la pérdida del propio encanto de la novedad.

Desde el ’83, solo tres gobiernos pudieron aumentar su aprobación de gestión luego del pico de popularidad al inicio de sus mandatos. Menem lo logró en marzo de 1992, cuando pasó del 46 % de aprobación al 55 % en 6 meses. La convertibilidad daba sus frutos. Menem subió su imagen mientras frenaba el aumento de precios.

Lo de Milei es algo distinto. Al bajar la inflación en medio de una feroz recesión y un aislamiento premeditado, paga el costo ahora y es más complejo. Por su parte, Cristina crece en su segundo mandato luego de la muerte de Néstor Kirchner.

Y Alberto, luego de anunciar el distanciamiento preventivo y obligatorio por el COVID, vio su imagen crecer hasta un 60 %. Sin embargo, luego su popularidad cayó sin descanso, en parte por el escándalo del encierro en Olivos, y las internas que empezaron a explicar la llegada de Javier Milei.

El radical De la Rúa cayó del 70 % de aprobación al 25 % en su primer año de gobierno. Coimas en el Senado y la renuncia de su vicepresidente, Chacho Álvarez, lo explican, así como la ausencia de resultados económicos.

Kirchner también experimentó una caída continua, pero su peor marca superó el 50 % de aprobación cuando dejó el gobierno a Cristina. Dos rarezas en nuestra historia reciente.

¿Cuáles son los patrones de comportamiento?

Cuando la agenda macroeconómica domina la conversación mediática, la dinámica gubernamental entra en un pozo peligroso. Es como ver a Caputo explicando y explicando; es lo más parecido a Cavallo, Dujovne, o el último año de Massa.

Hay otro patrón: internas hay siempre. Pero la renuncia de un vicepresidente, el voto no positivo de otro, o el boicot a un presidente por parte de su propio gobierno suelen tener una triste realidad. No todas las internas hacen el mismo daño.

Algo que ya está sucediendo: la novedad se perdió, los actores empezaron a moverse, la agenda económica ya registra incluso mini corridas cambiarias, y las internas de Gobierno ya son una descripción necesaria para entender la dinámica oficial. También está aprobada la Ley de Bases, y el DNU 70 continúa vigente para Caputo.

Desde octubre de 2023, hay un diagnóstico del estado del PRO. La derrota electoral más grande no la sufrió el peronismo, sino la propia creación de Macri. Pero había que esperar. Y esperó, midió, y habló. La feligresía política, que todo lo perdona, aplaude cualquier cosa.

Para los memoriosos, Macri terminó su mandato con un 80 % de desaprobación en la gestión económica. Un dato descriptivo que se usaba como chicana: defaulteó su propia deuda en pesos. Pero claro, son los nichos. Cada uno le habla a quien quiere escuchar. A los que están fuera de la propia tribu, ni justicia, ni datos, ni argumentos: gritos y falopa discursiva. Total, ¿quién necesita el 50 % de los argentinos para gobernar? Así, el flamante titular del PRO se plantó en el escenario. Volvió a mostrar su disciplina y emitió los mensajes adecuados. Un posible mensaje a Milei podría ser: “Si te va mal, quiero volver a exponer mi liderazgo para ver si me quedo con lo que a vos se te cae. Si te va bien, seremos aliados, como siempre lo soñamos.”

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