En su breve mandato presidencial, Javier Milei ha pasado de ser un profeta que prometía un nuevo tiempo a un líder atrapado en la incertidumbre y las concesiones. Su gobierno, marcado por la crisis política y las derrotas parlamentarias, revela la fragilidad de su prepotencia inicial.
Javier Milei, con su retórica incendiaria y el controvertido «verso de la motosierra», se presentó al país como un profeta loco dispuesto a liderar un nuevo tiempo económico, político y cultural. Sin embargo, tras ocho meses de mandato, su imagen de prepotencia ha comenzado a languidecer en medio de una crisis política profunda.
Durante su breve periodo en la presidencia, Milei ha transitado de intentar forzar los acontecimientos a rogar, aunque disimuladamente, el apoyo de la “casta política” que tanto criticaba. Obligado por su propia debilidad, ha realizado múltiples concesiones para lograr la aprobación de la Ley Bases, un acto que refleja más su desesperación que su poder.
La reciente seguidilla de derrotas parlamentarias ha sumido a Milei en una incertidumbre difícil de manejar: ya no puede suplicar, pero tampoco parece estar en condiciones de imponer su voluntad. Sus tropas, un conjunto de políticos mercenarios unidos por una pluralidad de valores reaccionarios, comienzan a desmoronarse. La falta de cohesión y la desesperada búsqueda de cargos por parte de estos oportunistas se hacen evidentes en cada nuevo episodio de crisis parlamentaria.
Lourdes Arrieta, en un intento por salvar su propio pellejo, no duda en sacar a la luz los trapos sucios de sus compañeros de coalición. Este hecho, resonante por sí mismo, se suma a una cadena de choques internos que parecen no tener fin. La calidad política de La Libertad Avanza, imantada por la figura de Milei, ha permitido la entrada de figuras controvertidas como Germán Kiczka, un diputado misionero acusado de pedofilia y ex candidato de Patricia Bullrich, hoy prófugo de la justicia.
Las tensiones no solo afectan al poder legislativo. El Poder Ejecutivo también sufre el peso de estas fricciones, con personajes como Santiago Caputo, apodado el “mago” en progresivo desdentamiento, en el centro de las disputas internas.
El líder de La Libertad Avanza ganó las elecciones con un caudal de votos que no le era propio, impulsado en gran medida por el apoyo del PRO, que en su momento encontró en Milei el único camino para frenar al peronismo. Sin embargo, la furia discursiva de Milei ahora se enfrenta a la realidad de un gobierno en crisis y a la necesidad de tender puentes hacia posibles alianzas futuras, como sugirió Guillermo Francos al hablar de un camino común hacia las elecciones de 2025.
A nivel internacional, el neoliberalismo ha sido una ideología dominante desde los años 80, complementando la globalización con desigualdades manifiestas. Argentina, que se rebeló contra esta doctrina en 2001 tras el colapso del régimen de convertibilidad, vuelve a enfrentar los fantasmas del pasado bajo la gestión de Milei. La propuesta neoliberal de su gobierno, lejos de resolver los problemas del país, parece condenarlo a una mayor pobreza, desocupación y parálisis económica.
Según un estudio coordinado por Javier Balsa, se ha observado un crecimiento en el nivel de conservadurismo entre la base electoral de Milei, que ha aumentado de 63,3 a 68,0 puntos en el último período. Esta deriva ideológica no es exclusiva del oficialismo; el peronismo, girando hacia la derecha, también se adapta a los nuevos tiempos políticos.
Atado a sus propias debilidades, el gobierno de Milei se retuerce de furia frente a una realidad que se le escapa entre los dedos, dejando al país en una encrucijada peligrosa.