Historia de un tango melancólico

Enrique Santos Discépolo escribió en su momento más difícil. La pieza, con música del maestro Mariano Mores, fue estrenada en 1943 y refleja la gran crisis existencial que atravesaba el poeta en aquella época.

Enrique Santos Discépolo
«Uno busca lleno de esperanzas, el camino que los sueños prometieron a sus ansias / Sabe que la lucha es cruel y es mucha, pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina / Uno va arrastrándose entre espinas y en su afán de dar su amor, sufre y se destroza hasta entender que uno se ha quedao sin corazón / Precio de castigo que uno entrega por un beso que no llega o un amor que lo engañó / Vacío ya de amar y de llorar, tanta traición…», escribió completamente desgarrado Enrique Santos Discépolo.

Sin lugar a dudas, Enrique había logrado describir como nadie el desconsuelo de quien sufrió una traición tan grande que, muy a su pesar, se siente incapacitado de volver a confiar en el amor. Decidió que el título que podía englobar ese sentimiento nacido de sus entrañas era Si yo tuviera el corazón, tal como rezaba el verso inicial de la segunda parte. Sin embargo, cuando empezaron a tocarlo, el público, fascinado, comenzó a pedir por este tema y lo terminó rebautizando. «¡Toquen Uno!», gritaban. Así, Uno se consagró entre los tangos más emblemáticos de la historia argentina.

Discépolo y Tania
Pero, ¿qué le pasaba a su autor al momento de escribir una pieza tan sentida? El gran tormento de Discépolo tenía nombre de mujer: Tania. Él le decía La Gallega porque había nacido en Toledo, España, bajo el nombre de Ana Luciano Divis. Su primera visita a Argentina fue en 1923, en el marco de una gira a la que había llegado acompañada por su marido, Antonio Fernández Rodríguez, y su única hija, Ana. Poco tiempo después, regresó ya sin la niña, que se había quedado al cuidado de su familia. No tardó mucho en terminar con su pareja para dedicarse a triunfar como cantante de tango. Así fue como conoció a Enrique.

La de Enrique y Tania fue una relación muy turbulenta. Ella sentía que no encajaba en los círculos de intelectuales que frecuentaba el compositor. Llegaba manejando su propio Buick, en una época en la que las mujeres no conducían, y se mostraba descarada como pocas, al punto de que muchos de sus amigos terminaban sintiendo pena por Discépolo.

Después de haber convivido durante más de una década en un departamento porteño que alquilaban «a medias», en 1941 ambos se mudaron a una casa en La Lucila. No tenían intenciones de casarse, pero sí de llevar una vida de pareja más tradicional. Sin embargo, La Gallega, a quien Alfonsina Storni había convencido de que ese «flaco fané y descangayado» era el hombre de su vida, no pudo con su genio. En medio de las habladurías sobre sus andanzas, la crisis se convirtió en una constante en el hogar. Así que Discépolo volcó su dolor en los tangos.

Tania fue la encargada de estrenar Uno, con letra de Discépolo, en el Teatro Astral. Fue entonces cuando Discépolo escribió la letra que Mores esperaba.

Él explicó: «Nada justificaba ese estado mío. Lo tenía todo, estaba sano, era feliz. Un hombre en esas condiciones debería cantar, saltar de alegría, sonreír como un fabricante de dentífrico. En cambio, yo escupía pólvora, estaba áspero como un limón, intratable. Uno, poesía que muchos amigos me dijeron que les resultaba tremenda y desoladora».

La canción fue un éxito. Años más tarde, Discépolo viajó a México, donde conoció a la bella actriz Raquel Díaz de León y comenzó con ella una relación que parecía mucho más sana. Sin embargo, al poco tiempo, la mujer, quien también había seducido al cantautor Agustín Lara, quedó embarazada. Cuando La Gallega se enteró, no lo soportó y viajó hasta México para obligar al compositor a regresar con ella. La leyenda cuenta que incluso lo amenazó con suicidarse si no lo hacía.

Enrique Luis Discépolo Díaz de León, el único hijo del poeta, nació el 21 de abril de 1947. Pero su padre no lo conoció, ya que había abandonado a su madre cuando tenía seis meses de embarazo. Tita Merello y Luis Sandrini viajaron especialmente para oficiar como testigos de la paternidad del poeta y convertirse en los padrinos del niño. Discépolo, en cambio, le empezó a enviar dinero e intentó compensar su ausencia con sentidas cartas, pero siguió al lado de Tania hasta el 23 de diciembre de 1951, cuando falleció con apenas 50 años de edad.

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