En su nuevo libro, el escritor Rocco Carbone invita a reflexionar sobre el resurgimiento del fascismo, argumentando que este fenómeno no implica simplemente una idea distinta, sino la muerte de todas las ideas. En este ensayo, Carbone aborda cómo gran parte del país parece abducida por un fascismo «celular», en un doble sentido: por su penetración en cada célula social y por los dispositivos móviles que lo diseminan y reproducen.
El nuevo poder fascista, según Carbone, no solo oprime, sino que también enloquece y psicotiza. Por esta razón, el autor enfatiza la importancia de nombrar y pensar el fascismo en la escena argentina, ya que reconocerlo es una estrategia necesaria para la liberación; de lo contrario, parecería que no existiera. Carbone insta a la resistencia, señalando que el fascismo no representa una diferencia de opinión, sino un ataque directo a la pluralidad de ideas.
En su obra, Carbone también conecta la política actual con dos novelas del célebre autor argentino Roberto Arlt, ofreciendo una mirada literaria y filosófica al análisis político. El autor, nacido en Italia pero radicado en Argentina, es profesor en la Universidad Nacional de Quilmes e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
El fascismo como fenómeno global
Carbone aclara que el fascismo no es un concepto limitado a una experiencia particular. Aunque está intrínsecamente ligado a la experiencia política de Italia y Alemania, a lo largo de la historia han surgido movimientos fascistas en otros países. Un ejemplo es la British Union of Fascists, liderada en el Reino Unido por Oswald Mosley entre 1932 y 1940, un exlaborista formado en la escuela de John Maynard Keynes.
Expulsar al Estado del Estado
Uno de los puntos más críticos que Carbone desarrolla en su ensayo es la idea de «expulsar al Estado del Estado». Esta frase se refiere a la criminalización del Estado para privatizarlo, lo cual implica expulsar a sus trabajadores y precarizar a la sociedad. El/la trabajador/a despedido/a representa una familia afectada, una institución debilitada y un rasgo civilizatorio erosionado. En su análisis, Carbone advierte que debilitar la cultura del trabajo impacta negativamente en la civilización misma.
Este proceso de desmantelamiento del Estado implica también la eliminación de normas que regulan la voracidad del mercado, lo que convierte al Estado en una máquina de tortura para la sociedad. El miedo, dice Carbone, se convierte en una sensación prevalente, reflejando la pérdida del compromiso moral y cívico. Citando a Michael Sandel en Lo que el dinero no puede comprar, el autor señala cómo la colonización del Estado por la lógica del mercado borra las obligaciones morales y degrada el sentido cívico.
Redes sociales: facilitadoras del fascismo
Carbone explica cómo las redes sociales han sido funcionales para la propagación del fascismo. En lugar de ser un espacio de diálogo constructivo, las redes se han convertido en un modelo organizativo que aplana las lenguas nacionales y achata nuestro pensamiento. Además, socavan el principio de autoridad entre opiniones y argumentos, ya que todo puede ser dicho por cualquiera, haciendo que lo verdadero sea indistinguible de lo falso.
Este fenómeno se manifestó claramente en Brasil con la campaña presidencial de Jair Bolsonaro en 2018, cuando el uso masivo de fake news logró influir en la elección política. Las redes sociales, entonces, no solo diseminan información falsa, sino que también eliminan la capacidad de verificar los hechos. Para Carbone, este ambiente informativo degradado facilita la aceptación del fascismo como una opinión más entre muchas, normalizándolo en la sociedad.