Los desencuentros no se describen, se padecen. A menudo despiertan compasión, pero ese sentimiento no alcanza para empatizar completamente con sus protagonistas. Para comprenderlos, habría que ponerse en la piel de cada uno.
Sin embargo, en 1962, Cátulo Castillo, un poeta señero de nuestra música ciudadana, desafió esa regla. A través de su célebre tango «Desencuentro», le habló a un ser imaginario, abrumado y solo, blanco de todas las desdichas. Después de leer el poema que le dio sustento, cuesta creer que no haya sido él quien soportó las desventuras. Su descarnado relato avala esa sospecha. Desde el principio, expuso cómo la «víctima» de lo acontecido se prodigó por los demás: loable, pero ingenuo. Esa candidez lo llevó a recordarle: “El hombre que ayudaste te hizo mal; la araña que salvaste te picó”.
En función de tanto padecimiento, lo instó a no confiar ni siquiera en su hermano y a evitar que se colgaran de su cruz. En otro pasaje del poema, le reprochó haber creído en la honradez y la moral, convenciéndolo de que hasta Dios estaba lejano. Por eso, para que no le quedaran dudas, sostuvo que, como parte de su fracaso, ni siquiera el tiro del final le iba a salir.
En la misma línea de «Desencuentro», «El último café», otro de sus éxitos, fue el marco en el que una pareja dejó jirones de amor sobre la mesa de un bar, dando paso a un adiós inexorable. Los desencuentros, cuando no son consensuados, lastiman mucho más a quienes no los proponen. Tal fue el caso. El hombre desolado, ante la impiedad que sentía, creyó ver su propia muerte. En la despedida, a pesar del dolor y con la lluvia como telón de fondo, tuvo tiempo para ofrecer el último café.
Y las nostalgias nos traen de nuevo a la realidad con estas palabras:
“Estás desorientado y no sabes qué ‘trole’ hay que tomar para seguir. Y en este desencuentro con la fe, querés cruzar el mar y no podés…”.
Este tango llegó en 1962, cuando el género tanguero estaba en decadencia, sostenido solo por temas como «Desencuentro». Para mayor gloria del Polaco Goyeneche, que lo interpretó junto a la orquesta de Baffa Berlingieri, y de Roberto Rufino con la orquesta de Aníbal Troilo, autor de la música, y por supuesto, con la letra de Cátulo Castillo. En esta alianza, el tema sigue ganando popularidad gracias al heroísmo de esa letra, que se realza aún más con la música.
«Desencuentro» nos regala poderosas palabras que fijan la desazón e incertidumbre del ser humano ante la insolidaridad y los males que afligen a la sociedad. El personaje angustiado, asustado del porvenir y desalojado del presente, es la perfecta representación del desconcierto que Cátulo Castillo enfoca, derivado del recóndito comportamiento humano. La inmediatez, la memoria, la resistencia y la erosión de la moral son temas clave.
Hoy, esa pléyade de viejos y nuevos tangueros, en salones con nueva iluminación y sonido, nos permite disfrutar de los bailarines, perfectamente vestidos de época y con gran detalle, como Roberto Zerpa, uno de los pocos que nos honra con su vestimenta.
Así, la danza en los salones tangueros de Salta nos lleva a través de situaciones de tensión, ira, desilusión, seducción y amor al compás de la música. Sin lugar a dudas, esta interpretación de «Desencuentro» nos emociona en las noches tangueras.