EDITORIAL | HAY UNA POLÍTICA DESMOVILIZADA Y DESPOLITIZADA

Por Roberto Chuchuy

Para los sectores que gobiernan junto a los hermanos Milei y sus aliados, las cosas marchan bien. Están satisfechos con la economía, los números macroeconómicos les son favorables, y su impunidad parece asegurada. No enfrentan a nadie que los desafíe ni cuestione su mala gestión.

La «motosierra» de Milei sigue su curso. Desde su llegada al poder, los recortes no han cesado. Sin embargo, estos ajustes han reducido el libre ejercicio de derechos fundamentales como el acceso a la salud pública y a la educación en universidades nacionales y provinciales.

El avance no tiene límites: el desempleo crece, especialmente en las pequeñas y medianas empresas, que se ven obligadas a despedir trabajadores. Además, la apertura indiscriminada de importaciones hace que, en muchos casos, sea más barato comprar productos del exterior que fabricarlos en el país, con los costos y aportes laborales que eso implica. No hay señales de que este modelo económico vaya a detenerse.

La inflación también muestra signos de descenso, pero esto no se traduce en una mejora real para los consumidores. En los supermercados, los precios siguen subiendo, y la situación para las familias empeora. Es como si nos hubiéramos acostumbrado a sobrevivir apenas flotando, aunque el ahogo esté siempre presente.

La pobreza avanza sin pausa. No solo se mantiene, sino que crece, y parece que como sociedad hemos aprendido a tolerarla, tanto la ajena como, tristemente, la propia. Hemos aceptado vivir con menos, a costa de sacrificar nuestra sensibilidad hacia quienes menos tienen.

En este contexto, algunos defensores del ajuste afirman que todo sacrificio es necesario porque «lo que viene será mejor». Sin embargo, la realidad demuestra lo contrario. En nuestra historia, nunca un ajuste de esta magnitud ha tenido buenos resultados. Detrás de estas políticas, alguien se está enriqueciendo: los grandes exportadores y el sector financiero acumulan ganancias, mientras la mayoría pierde.

El gobierno avanza con tranquilidad, apoyado en una agenda mediática que desmoviliza y despolitiza. Mientras la dirigencia fomenta el espectáculo y las distracciones, los problemas reales de la gente quedan fuera del debate. Así, se instala una falsa sensación de estabilidad que perpetúa la desigualdad.

Incluso el sindicalismo parece dividido. Esta semana, Pablo Moyano sugirió realizar un paro general antes de diciembre. Sin embargo, tras una reunión con dirigentes de la CGT como Gerardo Martínez, Héctor Daer y Andrés Rodríguez, se descartó la medida, priorizando el diálogo con el gobierno por encima de la lucha de los trabajadores. Parecen más preocupados por una posible reforma laboral que por representar los intereses de la clase trabajadora.

Mientras tanto, la pobreza afecta al 60% de nuestros niños, y la clase media se diluye. Avanzamos hacia una sociedad similar a la chilena, donde la desigualdad reina y la movilidad social es casi inexistente. Sin reacción ni resistencia, este gobierno se encamina hacia una nueva victoria electoral.

La política ha sido reducida a un juego manejado por unos pocos, mientras la dirigencia carece de la capacidad o la voluntad de defender los intereses de la mayoría. Vivimos uno de los momentos más tristes de nuestra democracia, donde las palabras estabilidad y desigualdad sintetizan nuestro presente.

Ojalá me equivoque.

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