Por Raúl Ramírez
Líderes que, más allá de sus diferencias de estilo y de pensamiento, no comen vidrio.
El ajetreado clima político nacional tuvo su epicentro el pasado día 10 con la celebración en Plaza de Mayo. Un acto conmemorando la restauración democrática de 1983 que contó con la sola participación de los partidarios y militantes del Gobierno nacional entre sus concurrentes, pese a que por su evocación debería haber sido un festejo de todos los argentinos con espíritu democrático. Se podrá señalar que la convocatoria a un acto que ponía en el escenario a figuras del oficialismo y a sus invitados solo podía atraer a sus leales y no al resto del arco político. Es cierto, pero salvo la convocatoria del día posterior de fuerzas de izquierda, no hubo otra iniciativa destinada a llevar la conmemoración a otro escenario de ninguna otra fuerza, y notablemente del centenario partido que justamente en 1983, en la persona de Raúl Alfonsín asumía el Gobierno. Quizás sus actuales alianzas, con gente que el día de la conmemoración de la democracia siente más nostalgias por lo perdido que alegrías por lo recuperado entonces los haya disuadido, para no alterar ánimos ya suficientemente agitados.
Las presencias invitadas, sobre todo la de Lula, le dieron envergadura continental a la convocatoria, y sirvieron para reafirmar asociaciones que se identifican con el mejor momento del ciclo kirchnerista en materia de construcción de alianzas latinoamericanas. El dirigente brasileño, tuvo contundentes palabras de agradecimiento hacia el Presidente y de confianza hacia Cristina. Fue ello significativamente en un día en que nuestro país afirmó su posición política continental con una firme posición en el pretendido Foro Democrático convocado por el gobierno de Estados Unidos en el marco de sus disputas contra rusos y chinos y que apuntaba a buscar obedientes aliados en las presiones habituales contra las naciones latinoamericanas que no se someten a los designios imperiales. Unas posición argentina que habrá que considerar de enorme valentía, pues el gobierno de Biden, con su diplomacia de la zanahoria y el palo, pretende condicionar a ese alineamiento argentino con su política exterior el avance de las negociaciones con un Fondo Monetario Internacional del que es accionista mayoritario y dueño de la llave de decisiones tan extremas como la que permitió el irracional endeudamiento de la etapa macrista.
Cristina Kirchner volvió a ser la oradora central, no ya por el orden en el que habló, sino por la sustancia de sus palabras, reafirmando el concepto que entiende que en situaciones extremas la prudencia consiste en ser audaz. Alberto Fernández recogió el guante y se mostró, por lo menos en el discurso, a la altura de esas expectativas. Decepcionando seguramente a quienes después de anhelar sin éxito ver desintegrarse al Gobierno luego de las elecciones, siguen con el ansia del espectador devoto de la novela de la tarde, esperando la ruptura definitiva entre dos líderes que, más allá de sus diferencias de estilo y de pensamiento, no comen vidrio. Quienes sí parecen dispuestos a incorporar vidrio a su dieta deben ser los dirigentes de La Cámpora que dispusieron el retiro de sus columnas mientras el Presidente iniciaba su discurso. O no escucharon a su Jefa, o no la entienden.
La Plaza de Mayo estuvo colmada, aunque la Diagonal Sur, que alberga habitualmente al grueso de las columnas sindicales apareció bastante despoblada. Formalmente la central obrera cegetista no acompañó el acto. Entre algunos de sus dirigentes subsiste la idea, a la que adhiere un módico abanico de dirigentes nacionales de insistir con la conformación del “Albertismo”. Un concepto que no parece haber nunca trascendido la almohada de Alberto Fernández, más convencido con la idea de un mandato único, que con la de liderar una corriente que, dado el cargo que ocupa, solo tendría sentido si lograra concitar la adhesión mayoritaria de las diversas corrientes que confluyen en el Frente de Todos.
Mientras tanto sordos ruidos oír se dejan en el campo opositor. El radicalismo parece haber recuperado la autoestima y no solo se anima a pergeñar estrategias para soñar con desplazar a sus socios neoliberales del control de la entente que conforman, sino que retornando a sus mejores tradiciones, se lanzan a un intenso internismo, con Martín Loustau desafiando a la conducción partidaria en las inminentes elecciones partidarias. La lucha entre sus socios del Pro parece más silenciosa pero no menos intensa, aunque con otras características. La actitud de defender públicamente a Macri, aún a regañadientes, por parte de dirigentes que han sido sus víctimas, según transciende en la investigación de las escuchas ilegales, parece similar a la situación planteada en el mundo carcelario cuando aparece algún acuchillado: nadie fue, y nadie vio nada. Aunque el responsable del hecho hará bien en cuidarse, pues en cuanto puedan, sus enemigos se la cobrarán con creces. La pretendida impunidad de Mauricio Macri, quién gustó exhibirla reuniéndose a la vista de todos con el Procurador General bonaerense Conte Grand, puede tener los límites que todo poder humano tiene, empezando por los vinculados con la salud.
O con la furia de quienes, como Esmeralda Mitre, se niegan a admitir que la vieja oligarquía argentina tenga como destino ineludible asociarse con expresiones delictivas importadas de Europa hace apenas una o dos generaciones. Dice que no hay peor cuña que la del mismo palo. El tiempo dirá si el viejo refrán aplica a este caso.