Por Roberto Chuchuy
Desde la restauración democrática en 1983, el Poder Judicial ha emitido un fallo sin fundamentos contra Cristina Fernández, sentenciando un nuevo episodio de confrontación con el poder político. Históricamente, la derecha siempre ha sido así.
Y nos preguntamos: ¿qué clase de democracia quiere la derecha?
Tras el gobierno de la dictadura militar que gobernó con represión, persecución, secuestros y desapariciones de personas, sostenida por una élite cívico-militar y eclesiástica, también debemos recordar la derrota en Malvinas y el enorme endeudamiento externo provocado por el Estado nacional del ’76.
A esto le siguió el fracaso de un moderado intento alfonsinista y el «éxito» desindustrializador, privatizador y extranjerizante del menemismo, un modelo que ahora buscan replicar los hermanos Milei y Toto Caputo.
El control total
Durante la «convertibilidad», todo el sistema político partidario parecía estar bajo el control de la élite argentina. Sin embargo, el modelo rentístico fracasó, desembocando en la hecatombe social de 2001-2002.
El deterioro democrático y el control de las corporaciones beneficiadas por el modelo menemista sobre el bipartidismo también fracasaron, abriendo en 2003 un período político que se apartó de las expectativas del establishment argentino.
El fracaso de ese proyecto político postergó los intereses de los centros de poder, perpetuando un sistema dependiente y subordinado al capital global, como en las republiquetas latinoamericanas. La globalización periférica ya tenía asignado su rol: gestionar sociedades pobres, resignadas y sin expectativas, sometidas a las necesidades de acumulación de los centros de poder. Esta situación se vivió políticamente en 2003, y ahora vuelven con el mismo libreto.
La presencia de Néstor Kirchner
Néstor Kirchner inició un rumbo inesperado, fuera del libreto hegemónico que regía a nivel global. Su mayor mérito fue pagar la deuda externa y evitar que el FMI manipulara nuestra política económica en favor de las empresas multinacionales.
El primer gobierno de Cristina Kirchner nació cuestionado por los sectores dominantes y, en lo cultural, por el machismo, potenciado por los medios hegemónicos.
Elisa Carrió expresó esto a su manera el 30 de octubre de 2007 en el diario La Nación. Declaró que «el gobierno nace con legitimidad segmentada», argumentando que CFK «tiene un rechazo del 70% en las clases medias y altas». Desde entonces, ya se ponía en duda el valor de los comicios, basados en las reglas de la democracia liberal, si sus resultados no favorecían a los sectores más poderosos.
Las clases medias, por características largamente estudiadas, tendieron a alinearse detrás de estos sectores, salvo en situaciones extremas.
Una guerra constante
Desde entonces, y ya son 16 años, el kirchnerismo y la figura de Cristina Fernández han sido objeto de una larguísima guerra comunicacional, política y económica. Durante sus gobiernos, y especialmente desde que dejaron el poder, se profundizó la ofensiva judicial con una catarata de juicios en su contra y un clima de agresión irracional, favorable incluso al asesinato de la ex presidenta.
Este clima derivó en un intento concreto de atentado por parte de un grupo manipulado. Sin embargo, el Poder Judicial, como era previsible, ha decidido no investigar este episodio. En consonancia con los medios y los políticos del establishment, pretenden minimizarlo.