Por Félix González Bonorino
La batalla cultural está a toda máquina y en todos los frentes.
El otro día un videíto de esos de las redes un español, parecía un legislador, subestimaba a un interlocutor por ser empleado estatal.
Lo público y lo privado han subvertido su relevancia a lo largo de décadas de machacar con esta idea de lo público malo, privado bueno, en las mentes de las personas.
Y este caso muestra que no es un problema argentino y del grupo Clarín.
Es interesante tratar de descubrir el origen, o por lo menos tirar una idea para conversar con la familia.
(Algo que se puede comenzar a hacer en las casas. Se trata de sentarse dos o más personas, preferiblemente en la misma habitación, y sin mirar las pantallas, intercambiar opiniones sobre algún tema. Pruébelo, es bastante revelador.)
Los de nuestra generación vivimos ese proceso que no fue rápido, pero que se aceleró recientemente.
Tomemos el caso de la educación. Nuestra infancia era de escuelas y colegios públicos. Los privados eran buenos porque se aprendía inglés o para los malos alumnos que tenían que aprobar igual. Era así. Por supuesto que pueden decir que tal o cual en cada lugar era bueno también, pero veamos, ¿los docentes de dónde salían? Y sí de los mismos institutos o de las escuelas normales. Casi todas públicas. Con las universidades la cosa era aún peor y lo sigue siendo. Lejos las universidades públicas son mejores que las privadas, incluso las muy caras. (Según datos objetivos de comparativas internacionales)
La educación sufrió mucho de los avatares económicos de toda la sociedad, entonces los reclamos salariales, acompañados de huelgas, minaron la tranquilidad de las familias y muchas comenzaron a migrar hacia la estabilidad que tenían las “privadas”. Claro, los docentes de estas escuelas y colegios privados se beneficiaban de la lucha de los públicos, porque eran los que fijaban sus salarios por comparación sin hacer el “gasto”. Allí también existe un mensaje cultural capitalista.
Durante décadas los servicios fueron públicos. El agua, la luz, el gas, teléfono. A tal punto que mi madre llamaba a estas boletas “los impuestos” y estaba bastante bien, porque al estado se le paga impuestos.
Las crisis económicas y las pésimas gestiones, o al revés, hicieron que invertir en mejorar estos servicios fuera algo bastante difícil. Se decide traspasarle a la gestión privada los servicios públicos. Luego de una pequeña inversión inicial en el cambio de imagen, logos, pintura, papelería, publicidad y bueno, algún caño o cable que tuvieron que cambiar para que la cosa no fuera tan evidente, dejaron de reinvertir.
Conclusión, los arreglos de relevancia volvieron a estar a cargo del estado y los cobros ahora eran solo de los privados. Los “impuestos” de mi madre pasaron a ser los servicios y los impuestos de todo el mundo tuvieron que aumentar para poder hacer frente a las inversiones que los “buenos” privados no efectuaban.
¿Hubo mala gestión? Si. ¿era la única solución? No.
¿Pero cómo te oponés a la idea común de que el Estado gestiona mal?
En Irlanda, país nada socialista y ejemplo para los libertarios, el agua es un derecho y como tal es gratuito y asegurado por el Gobierno. El transporte, en la mayoría de las ciudades europeas es público, no es gratuito, es más, tampoco es barato, aunque tienen abonos y cosas así que permiten que el trabajador llegue a trabajar sin estar hipotecado. ¿Y funciona mal? Para nada.
Pero, además, esta situación permite que las utilidades producidas por el transporte se puedan volcar en tecnología que repercute, mediante políticas públicas correctas, en industrias locales que a su vez dan empleo.
De lo que estamos hablando es de la no necesidad de mirar lo privado como la salvación, porque no lo es. Hablamos de la necesidad de cuestionar con datos este discurso capitalista y oponerle la mirada colectiva, social. No hablamos de estar en contra del dinero ni de los ricos, nada que ver, a menos que estos ricos lo hagan a costa del pueblo. Viajando apretados, con choferes estresados, llenos de accidentes, o con servicios de porquería porque la utilidad capitalista, la búsqueda del lucro como fin último de la sociedad de mercado, elimina la solidaridad, el bien común, el respeto por el otro.
En estos momentos en que se reza por el Papa, recordar que estamos en un enfrentamiento entre la codicia y el amor vendría bien.



