No es casual que los comentarios de Donald Trump sobre la posibilidad de anexar Groenlandia en 2016, que en su momento generaron alarma en Europa, vuelvan a ser motivo de preocupación al evidenciar su voracidad expansionista, algo que, ciertamente, no es nuevo.

Forzó el apresuramiento de un cese al fuego en Gaza, mientras que el presidente ruso, Vladímir Putin, expresó estar dispuesto a reunirse con él cuando lo desee. Por otro lado, mantuvo una conversación telefónica con el presidente chino, Xi Jinping, 72 horas antes de asumir el poder.

Trump tiene hoy una enorme fuerza política, de la que carecía hace ocho años, cuando ganó la elección gracias a los errores cometidos por su adversaria, Hillary Clinton, al final de su campaña, más que por una estrategia triunfadora. Durante este tiempo, ha diseñado un mundo tripolar donde Europa, antigua aliada de Estados Unidos, ya no desempeña un papel central.

Existe una clara intención de enfrentar al imperio chino y al poderío ruso con las mismas armas, ampliando las fronteras estratégicas desde el Ártico hasta el Canal de Panamá. Para Trump, estas tres naciones son prioritarias; el resto de los países, según su visión de reordenamiento geopolítico, quedarán supeditados a esas metrópolis.

México debe observar este panorama con cautela, pero sin caer en la pasividad. La historia reciente de la relación bilateral nos recuerda que el estilo confrontacional de Trump puede tener consecuencias devastadoras para nuestro país. Durante su primera administración, marcada por un nacionalismo exacerbado y un discurso de odio, la relación entre México y Estados Unidos se deterioró gravemente. Este conflicto solo se moderó cuando el expresidente Andrés Manuel López Obrador cedió a sus exigencias fundamentales sobre migración, aceptando, de facto, que la frontera entre ambos países se desplazara al río Suchiate.

La retórica de Trump en torno a la inmigración, donde los mexicanos fueron deshumanizados y convertidos en chivos expiatorios de los problemas sociales y económicos de Estados Unidos, no solo avivó sentimientos xenofóbicos, sino que también fomentó una política exterior hostil. Con el posible regreso de un Trump fortalecido, más ideológico y con un gabinete aún más radical, existe el riesgo de repetir este ciclo tóxico que afecta directamente los intereses soberanos de México.

Uno de los aspectos más inquietantes de su discurso es la promesa de endurecer aún más su política migratoria. Durante su administración anterior, no solo propuso la construcción de un muro fronterizo, sino que también implementó medidas drásticas como la separación de familias, un acto que rompió con los principios de humanidad y dignidad. Este nuevo enfoque migratorio no solo es un asunto político, sino una cuestión profundamente humana que impacta a miles de familias mexicanas que buscan mejores condiciones de vida.

En el ámbito económico, la posibilidad de que Trump reactive aranceles y estrategias proteccionistas podría desestabilizar a México como socio comercial, debilitando no solo nuestra economía, sino también los avances logrados a través del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Su retórica, que culpa a México de los problemas económicos en Estados Unidos, podría revitalizar un discurso perjudicial para el flujo comercial y sectores clave como la agricultura y la manufactura.

Sin embargo, la postura de Trump hacia México refleja también sus propios temores internos. Su necesidad constante de identificar un enemigo externo evidencia una estrategia política que podría derivar en medidas aún más irresponsables para afianzar su base electoral. Esto no solo implica levantar muros físicos, sino también barreras de desconfianza que afecten las relaciones diplomáticas.

El gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum debe prepararse para navegar este contexto incierto con astucia y pragmatismo. Hasta ahora, su gestión ha sido prudente, aunque marcada por una narrativa nacionalista y confrontacional. La estrategia debe centrarse en una diplomacia firme que enfrente las agresiones de manera constructiva y fomente la colaboración. Las relaciones internacionales no solo se construyen a partir de tratados, sino también sobre el respeto mutuo y la búsqueda de beneficios compartidos.

El posible regreso de Trump a la Casa Blanca representa tanto una oportunidad para revaluar las dinámicas de poder en América del Norte como un peligro latente para México. La historia nos enseña que el nacionalismo extremo suele desembocar en políticas que dañan tanto a las naciones como a las personas. Es crucial que el diálogo y la cooperación prevalezcan sobre el miedo y la desconfianza, sin exacerbar los nacionalismos locales.

Solo así México podrá posicionarse mejor para enfrentar los desafíos venideros y construir una relación marcada por la solidaridad y la búsqueda de un futuro compartido. Este enfoque, promovido por la presidenta Sheinbaum, no ha sido recibido con el mismo entusiasmo en Estados Unidos ni en Canadá.

México no puede permitirse caer en la trampa del caos político que Trump podría generar. La defensa de nuestros intereses y la promoción de una imagen digna y sólida en el escenario internacional son esenciales. La historia nos ofrece lecciones que no debemos olvidar. El futuro de nuestra nación depende de la capacidad del gobierno de Sheinbaum para entender y afrontar los retos que se avecinan.

Por Reymundo Riva Palacio

Acerca del Autor

c2810636