Por Roberto Chuchuy

El intento libertario de los hermanos Milei, junto a Magnetto, Paolo Rocca y el FMI, forma parte de un programa integral: imponer el “orden” para avanzar con una reforma laboral regresiva, facilitar y abaratar despidos, y consumar el saqueo y la entrega nacional. Todo el poder al capital.

Ese plan necesita autoritarismo y, por ende, la proscripción de Cristina Fernández de Kirchner: la supresión política de la principal figura de la oposición. Así, se apura la aplicación de un programa antipopular sin objeciones, al que se pliegan incluso las distintas alas de la política capitalista. El decreto 383/25 va en esa dirección: transforma a la Policía Federal en una suerte de policía política, con facultades para realizar espionaje y detenciones arbitrarias.

Pero ya está en marcha una lucha que moviliza a millones que repudian el ajuste mileísta. Las más de 600 mil personas en Plaza de Mayo son solo una muestra de ese universo social en movimiento. Aunque provengan de espacios distintos, comparten una causa común.

El régimen libertario es apenas una intención. No está consolidado. Puede ser derrotado. Su vehículo es el gobierno de Javier Milei, marcado por profundas tensiones económicas, sociales e institucionales. La represión a toda protesta no es novedosa. Experimentos autoritarios similares ya fracasaron ante la resistencia de trabajadoras, trabajadores y jubilados.

Bartolomé Mitre, padre ideológico de la oligarquía, trazó una historia nacional basada en la guerra. Pero en dos siglos, Argentina solo libró dos guerras: la de la Triple Alianza y la de Malvinas. El resto ha sido guerra interna: una guerra de clases permanente. A eso se suma el lawfare —guerra jurídica, política y mediática impulsada por EE.UU.—, que no es otra cosa que la continuación de esa guerra por otros medios.

Perón entendió que las “masas inorgánicas” —inmigrantes y trabajadores argentinos— eran vistas por la élite como un peligro. Se presentó como la figura capaz de canalizar y contener ese riesgo. Sindicalizó a los trabajadores y condujo su lucha al terreno parlamentario. Fue esa clase obrera la que lo rescató de la Isla Martín García. El 17 de Octubre no fue solo una gesta popular: fue el nacimiento de una identidad política que marcó la historia.

La contención ofrecida por Perón no bastó al gran empresariado. En 1955 se desató una guerra civil contra el pueblo. Las bombas del 16 de junio anticiparon el régimen de la autodenominada Revolución Libertadora. Se prohibió hasta mencionar a Perón y Evita. Pero la represión encontró resistencia espontánea y desde abajo. La dirigencia sindical, en cambio, capituló.

En 1966, el poder económico recurrió a Onganía para quebrar la resistencia. Vandor y otros dirigentes sindicales negociaron con el gobierno, buscando un “peronismo sin Perón”. Pero el Cordobazo, en 1969, dinamitó ese experimento autoritario. Nacieron el clasismo, las rebeliones antiburocráticas, y la lucha de clases volvió al centro de la escena.

El regreso de Perón en 1973 no fue para profundizar la revolución social, sino para frenarla. Buscó ordenar el país según los intereses del gran capital. Sin embargo, la vanguardia obrera resistió: en julio de 1975, los trabajadores protagonizaron una huelga general contra Isabel Perón y su ministro Celestino Rodrigo.

En años recientes, el peronismo caminó a los tumbos. La gestión de Alberto Fernández y la candidatura de Sergio Massa desembocaron en este presente. El gobierno de los hermanos Milei —ambos imputados judicialmente— llegó para polarizar. Pero también con complicidad institucional: la Corte Suprema se arrogó el poder de resolver lo que las urnas no garantizaban.

Hoy, sectores de izquierda exigen mayor audacia. Quieren recuperar la irreverencia que alguna vez tuvo el kirchnerismo. Sin embargo, esa etapa, que reconstruyó la confianza popular en la política tras la crisis del 2001, parece apostar aún al camino institucional. La consigna “Vamos a volver” resuena como bandera de una campaña electoral en marcha.

Derrotar la proscripción implica una alianza amplia, que incluya a todos los sectores enfrentados a la derecha vernácula. Sin Cristina libre, la derrota de Milei y sus secuaces es difícil. El antiperonismo apuesta a dividir, pero la proscripción ha unificado al peronismo: mujeres, estudiantes, sectores progresistas y trabajadores —con o sin la CGT— vuelven a marchar juntos.

¿Y después de Milei?

Milei llegó al poder en medio de una crisis orgánica que afecta a toda la representación política. Todos los partidos, sin excepción, arrastran ese desgaste. Sin embargo, el peronismo aún tiene una figura de liderazgo: Cristina.

El gobierno libertario es débil institucionalmente y su respaldo económico es incierto. El gran capital todavía no confía plenamente. La ultraderecha y sectores extremos de izquierda podrían empujar un nuevo estallido. Y Patricia Bullrich ya prepara la respuesta: represión, espionaje y militarización.

El kirchnerismo se prepara para volver a gobernar un país devastado, como aquel que recibió Néstor Kirchner en 2003. Volver a salir del fondo dependerá, nuevamente, de una voluntad política capaz de enfrentar al poder económico, que no busca diálogo, sino perpetuarse. Solo una victoria electoral aplastante puede evitar una nueva etapa de persecución.

El campo nacional y popular es fuerte cuando se organiza con liderazgo, con un horizonte claro y con base en la justicia social. El ajuste mileísta solo puede terminar en estallido. Pero la salida no es la violencia: la salida son elecciones libres, sin proscripciones ni trampas.

Vamos a volver.

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