No ganó la democracia. Ganó la colonización económica y cultural. El país volvió a teñirse, no de esperanza, sino de resignación. En 2017 fue el amarillo de Macri; hoy es el violeta de los corruptos hermanos Milei.
La historia se repite, pero con la frialdad de una pesadilla conocida: promesas vacías, euforia fabricada y, detrás, la mano invisible del FMI, de las corporaciones y del imperio que celebra la entrega.
Al presidente, dos años le bastaron para arrasar con todo. No se salvó nadie, salvo la vieja derecha anti-nacional y sus secuaces provinciales. Y le quedan dos años más para completar el saqueo.
Macri abrió la tranquera para el endeudamiento; Milei la arrancó de cuajo. Hambre, ajuste y la humillación de un pueblo que vota contra sí mismo, sedado por el bombardeo de los medios de Magnetto y sus satélites, por mentiras que se filtraron durante años.
La Argentina vuelve a ser botín de los poderosos, como lo fue en 1930, 1955 y 1976. Hoy, el golpe ya no llega con tanques, sino con dólares y poder mediático. Esa mafia disfrazada de periodismo ha logrado lo que las dictaduras soñaron: un pueblo aturdido, dócil, que aplaude su propia miseria creyendo que es libertad.
Más de nueve millones de argentinos votaron contra la educación, la salud, los jubilados y los trabajadores. Votaron por su verdugo. Y en Washington descorchan champagnes; Trump sonríe satisfecho, mientras el imperio vuelve a brillar en el sur de América.
“Con dos mil millones de dólares, nos quedamos con la Argentina”, podrían decir entre carcajadas. Y es cierto: con ese dinero compraron una elección, una esperanza y la dignidad de una patria que, otra vez, se arrodilla, mientras la pandilla gobernante cobra por la puerta trasera.
Pero esta historia no termina aquí. Como pasó en 2001, y en cada crisis que nos quisieron imponer, el pueblo argentino encontrará la forma de decir basta. No será ahora; será cuando el hambre sea insoportable y la mentira ya no tape el dolor.
Por ahora, la historia la escriben los mercados y los medios de Magnetto. La historia real la escriben los pueblos que se levantan. Y aunque hoy sea un día oscuro, el sol volverá a salir.
El Dr. Alfonsín decía en la reforma constitucional de 1994: “Las democracias se sostienen con los partidos políticos, y los partidos con los afiliados”. Hoy, las corporaciones ponen candidatos sin afiliación.
No ganó la democracia. Ganó la colonización económica y cultural. El país volvió a teñirse, no de esperanza, sino de resignación. En 2017 fue el amarillo de Macri; hoy es el violeta de los corruptos hermanos Milei.

La historia se repite, pero con la frialdad de una pesadilla conocida: promesas vacías, euforia fabricada y, detrás, la mano invisible del FMI, de las corporaciones y del imperio que celebra la entrega.
Al presidente, dos años le bastaron para arrasar con todo. No se salvó nadie, salvo la vieja derecha anti-nacional y sus secuaces provinciales. Y le quedan dos años más para completar el saqueo.
Macri abrió la tranquera para el endeudamiento; Milei la arrancó de cuajo. Hambre, ajuste y la humillación de un pueblo que vota contra sí mismo, sedado por el bombardeo de los medios de Magnetto y sus satélites, por mentiras que se filtraron durante años.
La Argentina vuelve a ser botín de los poderosos, como lo fue en 1930, 1955 y 1976. Hoy, el golpe ya no llega con tanques, sino con dólares y poder mediático. Esa mafia disfrazada de periodismo ha logrado lo que las dictaduras soñaron: un pueblo aturdido, dócil, que aplaude su propia miseria creyendo que es libertad.
Más de nueve millones de argentinos votaron contra la educación, la salud, los jubilados y los trabajadores. Votaron por su verdugo. Y en Washington descorchan champagnes; Trump sonríe satisfecho, mientras el imperio vuelve a brillar en el sur de América.
“Con dos mil millones de dólares, nos quedamos con la Argentina”, podrían decir entre carcajadas. Y es cierto: con ese dinero compraron una elección, una esperanza y la dignidad de una patria que, otra vez, se arrodilla, mientras la pandilla gobernante cobra por la puerta trasera.
Pero esta historia no termina aquí. Como pasó en 2001, y en cada crisis que nos quisieron imponer, el pueblo argentino encontrará la forma de decir basta. No será ahora; será cuando el hambre sea insoportable y la mentira ya no tape el dolor.
Por ahora, la historia la escriben los mercados y los medios de Magnetto. La historia real la escriben los pueblos que se levantan. Y aunque hoy sea un día oscuro, el sol volverá a salir.
El Dr. Alfonsín decía en la reforma constitucional de 1994: “Las democracias se sostienen con los partidos políticos, y los partidos con los afiliados”. Hoy, las corporaciones ponen candidatos sin afiliación.



