Después de 14 meses de gobierno, las frases elocuentes y engañosas superan los supuestos éxitos.
La baja inflación se logra a costa del hambre popular; el “equilibrio fiscal” equivale a recesión, despidos y empobrecimiento; el promocionado RIGI aún no atrae inversiones; las restricciones a las importaciones golpean la ya alicaída producción nacional.
Al igual que el gobierno de Mauricio Macri, Milei y su gestión capitalista se arrodillan ante el FMI.
Todas estas medidas solo benefician a unos pocos. Es un camino que otorga beneficios a los grandes saqueadores en perjuicio de millones de personas, con una perspectiva de miseria para incontables familias.
El fracaso de Milei era previsible: un hombre sin experiencia de gobierno, inventado por las corporaciones económicas. Su gobierno está quebrado y su plan económico, que responde a los intereses del gran capital, arruina la vida de millones de trabajadores.
No va más su discurso, un eufemismo que encubre una reacción misógina, homofóbica y negacionista que acompaña el ajuste económico.
La escena política muestra al peronismo blandiendo la amenaza del juicio político. En el Senado, fracasó la formación de una comisión investigadora, rechazada por el senador salteño Juan Carlos Romero.
Son los mismos legisladores que votaron la Ley Bases y el RIGI. No pretendan ahora juzgar al presidente.
Pensar que la justicia cumplirá ese papel de investigar es una ilusión: «perdiste, alpiste». Esa élite está sometida a la élite económica y los servicios de inteligencia. El Poder Judicial responde esencialmente a los intereses de la clase dominante. Prueba de ello es que aún no se inició el juicio por el atentado contra Cristina Fernández.
La salida es muy difícil. La institucionalidad que sostiene a Milei y su plan de ajuste no puede ser desafiada por un Congreso que votó contra los jubilados y la universidad pública. Tiene que nacer, necesariamente, en otro lado. Tampoco se puede esperar que la CGT lidere la resistencia: están más preocupados por defender la reforma laboral.
