Por Félix González Bonorino

Imaginemos que podemos hablarle a gente extremadamente rica. No hablo del 10% más rico, sino del 2 o 3% más rico. La vida de lujos que llevan es extraordinaria. Está buenísimo que, si tienen ganas de hacerlo, lo hagan; tal vez se lo ganaron honestamente, yo no lo sé, pero me gustaría suponer que sí. Aviones, yates, hasta asados.

El problema que estamos viendo es que, al empujar la concentración de la riqueza a los niveles actuales, están arruinando a todo el resto de la sociedad.
Si muy pocas personas se quedan con la mitad de la riqueza de la Argentina, terminan empobreciendo tanto al resto del país que la vida para la amplia mayoría se vuelve inaceptable.
Y ahora es muy mala para más de la mitad del pueblo argentino, que percibe solo el 10% de la riqueza producida.

La alternativa es cobrar mejor los impuestos. Ni siquiera parece que haya que cobrar más, solo cobrarlos mejor. ¿Hasta cuándo un multimillonario como Galperín, de Mercado Pago, va a tener subvenciones en lugar de impuestos? Como verán, no me estoy quejando solo de Milei: los anteriores también la cagaron por tibios. Entonces tenés dos problemas con el sistema impositivo: cobrás mal los impuestos y asignás mal las subvenciones.

Claramente, las maniobras defensivas contra los impuestos se venden como de autoconservación, de preservación.
¿Desde cuándo cobrar mejor los impuestos a quienes pueden pagarlos holgadamente puede ser malo para el resto? Desde que periodistas a sueldo lo dicen en la televisión y las redes.

El argumento principal es que, si a un rico le cobrás impuestos, este no va a invertir por dos razones:
a) tiene menos dinero fruto de la percepción impositiva, y
b) al inversor le embola que de su trabajo le retiren una parte, y entonces va a “regular o reducir” la inversión que realiza.

La contracara de este planteo es que, si la utilización de esos nuevos recursos genera una economía más activa fruto de una mejor distribución, no solo se vive en un país mucho más interesante y justo, sino que se construye un mercado interno que permite mayores ganancias para los empresarios que aportaron sus impuestos, compensando esa quita en cierta forma. “Ganar-ganar”, le dicen. Hay ejemplos, y siempre con Estado.

El modelo actual, de concentración de la riqueza en pocas manos, puede terminar siendo muy contraproducente incluso para ese 3% de población súper solvente. La gente se puede cansar, organizarse y movilizarse por su situación. Hay ejemplos también.
En Francia rodaron cabezas. No propongo lo mismo, solo digo que sucedió.

Por lo tanto, el próximo gobierno tiene la tarea de revisar cómo cobra y vuelca los impuestos hacia objetivos concretos, definidos en una planificación amplia y participativa.

La Ley de Integración Socio Urbana (Nº 27.453) tuvo una enorme efectividad. Ese impuesto se transformó en obras que cambiaron la vida de muchas familias, miles. Los fondos para investigación aeroespacial, o para la genética de vegetales, y muchos más, son fruto de la asignación acertada de fondos del Estado.

Hace unos 50 años, nuestros padres pensaban en comprar una vivienda y lo planificaban: era un sueño familiar que se realizaba. Existían líneas de crédito y la tierra no se había concentrado como ahora. Hoy esto se ha vuelto imposible y pienso que tenemos que revertirlo.

¿Cuándo nos arrancaron la posibilidad de soñar?

Entonces: ¿cómo lo haremos?
Ustedes, señores extremadamente ricos, son parte de la solución, porque son parte del problema. Y si son parte de la solución, es mejor que lo hagan voluntariamente.

Me encanta que tengan mucha guita, pero no a costa del resto de la sociedad, que se ve explotada por sus maniobras.
No tienen ese derecho, porque derechos hay donde hay una necesidad, y ustedes, necesidades, no pasan. Capisci?

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