El poder que parecía indestructible se agrieta. La sociedad amanece con la resaca de un año y medio de dolor moral y material, mientras el Gobierno nacional se hunde en la incertidumbre y los gobernadores buscan excusas para despegarse de un proyecto que ellos mismos avalaron.

El cuerpo siempre reacciona después. Hoy la Argentina despierta con la sensación física de una paliza: la que dejó un año y medio de un gobierno insensible, brutal en sus decisiones y devastador en sus consecuencias. El disparador fue inesperado: el alivio de ver que se resquebraja el poder de Javier Milei, ese poder que se vendía como indestructible.
La expectativa flota en el aire: el dólar, los precios, la convocatoria improvisada a los gobernadores. Y la imagen patética del presidente disfrazado de templario medieval, enfrentando a sus compatriotas como si fueran enemigos. Milei, como Macri, arrastra una adolescencia maligna: vive de la revancha contra quienes nunca dañaron más que su soberbia.
La foto de estos días recuerda diciembre de 2001. Un presidente acorralado que llama al diálogo sin saber qué hacer. Funcionarios que se miran entre sí sin respuestas. Un poder económico que hace yoga empresarial para ganar aire, preguntándose cuánto tiempo más podrá sostener a un gobierno cruel y energúmeno.
Lo que se ve ahora no sorprende. La pobreza ya estaba. Milei mintió siempre. Su ignorancia era conocida, su educación ramplona también. Su insensibilidad, todavía capaz de asombrar, no es novedad. ¿Qué fue entonces lo que rompió el hechizo? ¿La corrupción al desnudo? ¿El escándalo Spagnuolo con el mismo efecto corrosivo que tuvo la fiesta de Olivos?
Lo cierto es que cada día parece el primero del resto de su gobierno. Todo es incertidumbre, inestabilidad y desastre. Y hasta Conan, su perro-místico, parece un consejero más confiable que sus ministros.
En Salta, mientras tanto, la complicidad tiene nombre y apellido. “Hay que darle las herramientas para que pueda gobernar”, dijo Gustavo Sáenz en 2023. Y se las dio todas: la Ley Ómnibus, la Ley de Bases, el endeudamiento con el FMI, el desmantelamiento del Estado, el saqueo del RIGI, la represión a jubilados, la quita de medicamentos a enfermos y discapacitados.
El saldo es brutal: más de 300 vidas perdidas por decisiones políticas. Jubilados sin remedios, pacientes oncológicos abandonados, personas con enfermedades raras dejadas a la deriva. Todo esto lo avaló Sáenz. Y hoy, un año y nueve meses después, pretende lavar culpas con un chiste grotesco: “El gobierno de Milei es como las palomas del convento, que cagaron a los fieles”.
Lo mínimo que debería decir es: “Me arrepiento”. Pero no lo hace. Porque lo que queda, más que arrepentimiento, es la certeza de una complicidad histórica. Una complicidad que no se borra con ironías ni con carpas frente a la Casa de Gobierno.